lunes, 29 de julio de 2019

Yo también te amo

Un día el escritor despertó, se quedó mirando el techo y reprochó a la nada que la noche no le trajera nuevas ideas.

Se levantó, se preparó un café y se sentó ante la computadora.

La hoja de Word muy blanca parecía retarlo, parecía reírse de él.

No tenía nada que escribir, ninguna idea venía a su cabeza.

- "Una palabra, una sola palabra que detone todo"- se decía a sí mismo dándose levemente con el puño en la frente.

- "Amor" - ¡No, no! tan trillado, tan devaluado, tan comercializado. Pensó borrando la palabra y dejando nuevamente la página en blanco.

- "Hijos, esposas, madres, hermanos, padres"... "padres" Borra todo y deja esa única palabra en la página de texto.

"Padre", mi padre, al que visito tan poco; al que cada vez que lo veo terminamos en bronca. A ese padre que por alguna razón me enoja verlo tan viejo, tan enfermo, tan cascarrabias él.

"Padre", mi padre que luchó a brazo partido por darme una carrera profesional, mi padre que ya mayor sigue trabajando porque no quiere nada de mí, porque quiere que lo vea auto suficiente, aunque a todas luces ya no lo es.

Mi padre que como niño me educó con mano férrea; que era un macho porque así lo educaron, que a su esposa e hijos nos trataba desde la altura que le daba el poder del dinero. Mi padre del que huimos apenas pudimos, y del que ahora desde nuestras posiciones privilegiadas - de las que gozamos gracias a él - ahora lo juzgamos y enfrentamos.

Mi padre que es bueno, que no ha sabido abrazarnos ni decirnos que nos quiere, porque a él no lo abrazaron ni le dijeron que lo amaban. Mi padre que me ama pero no sabe cómo expresarlo.

¿Por qué los malos recuerdos, que son los menos, son capaces de desdibujar una vida de sacrificio y amor?

¿Por qué ni él ni yo, amándonos como lo hacemos, somos capaces de bajar la guardia y decir?: "Te amo, Pa", "Yo también te amo, hijo".

Cierra con violencia la computadora. Limpia una lágrima que furtiva ha escapado de un sólo ojo, y ha llegado hasta la comisura de su boca, y que tiene un sabor amargo y salado.

Bebe de un trago el café que le queda, se viste en automático, se pasa la mano por el enmarañado cabello y marca un número...

"Hola Pa"
"No pasa nada, tranquilo, sólo quería escucharte"
"Qué no, hombre, que estoy bien"
"Pa" - carraspea, porque no reconoce su propia voz
"Esteee... te amo Pá"

No hay respuesta. "Es normal, su generación es más reacia al cambio que la mía".

"Pá", te voy a ver el finde y platicamos tranquilos, ¿quieres?"

Mi padre contesta con una voz aflautada y llena de emoción.

"Claro que quiero hijo, muero por darte un abrazo"

Colgamos al unísono.

Tan difícil y tan fácil dar el primer paso; ese paso que puede desencadenar borbotones de amor contenido por una soberbia mal entendida.

Ese paso que a veces no se da, y que nos llena de remordimiento el resto de nuestros días.



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