Él regresa de su trabajo como ebanista, entra en su humilde casa, la cual sostiene con trabajos.
- Ya llegué, negra - saluda a su esposa. Ella es de tez blanca, pero él le dice así de cariño, a veces también le dice "chata" y en privado le dice medio en serio y medio en broma "eres mi mujer, me perteneces porque cuando nos casamos así lo dijo el padre".
Su casa es un hervidero, y cómo no, si tuvo doce hijos, porque había que tener todos los hijos que Dios nos mandara y a ellos Dios les mandó muchos.
El oficio con el que mantenía a toda su familia no daba para mucho pero daba suficiente, o al menos así lo creíamos los doce chiquillos que vivíamos en el paraiso porque éramos felices.
¡Cómo no ser felices si teníamos unos padres amorosos que se respetaban y que nos cuidaban con ayuda de mi abuela paterna!. Sus vidas giraban en torno nuestro.
Mi padre trabajaba todo el día, pero a partir del sábado por la tarde era todo nuestro. Mi madre lo iba a esperar a la salida del trabajo y regresaban con bolsas de comida que entre todos los adultos preparaban y que degustábamos con singular alegría, reunidos en una gran mesa, con largos bancos en lugar de sillas, hechos por mi padre para que cupiéramos todos.
Algunos domingos íbamos a la tienda grande de la colonia, mi papá pagaba las cuentas pendientes y llevaba a casa un refresco para cada uno de la familia, era un honor acompañarlo en esas ocasiones y cargar nuestro Pascual Boing, Orange Crush o Titán (personalmente siempre escogía el refresco con más contenido).
Mi padre nunca nos pegó, esa tarea correspondía a mi madre, y cuando ésta avasallada por su ruidosa prole pedía ayuda a mi papá, éste, reacio, hacía taquito su periódico y se ponía de pie ante el chiquillo o chiquilla en cuestión y le decía dándole en la cabeza un suavísimo toque con el periódico "obedece a tu mamá" y volvía a enfrascarse en su lectura. Debo decir que cuando mi papá me "pegaba" me dolía más que cuando mi mamá lo hacía, cinturón en mano.
Mis padres venían del pueblo y hasta la fecha me sigo preguntando perpleja de donde sacaron con tan escasa enseñanza escolar, tanta buena educación, tantos modales y tanto honor.
No sólo nos enseñaron a manejar unos cubiertos y comportarnos en la mesa. "Siéntate derecho", "No sorbas la sopa", "Mastica con la boca cerrada", "límpiate la boca", "Baja los codos de la mesa" etc. sino que nos dieron otros valores que a todos sus hijos nos ha servido como llaves de oro para abrir puertas en la vida.
Mi padre me decía:
- Cuando te ofrezcan algo (de comer) siempre toma la porción más pequeña.
- Cuando toques a una puerta hazlo sólo dos veces, con firmeza pero quedamente.
- Siempre pide por favor y agradece.
- Cuando tu empleador te pregunte cuánto quieres ganar, contesta "Lo que usted considere que vale mi trabajo, señor".
- Dale gracias a Dios por todo lo que te da.
- Reza por las noches, aunque sea un Padre Nuestro pero con fé y devoción.
Él nos dejó también muchas enseñanzas aprendidas de su ejemplo. Era un hombre honrado, respetuoso, formal, puntual, que no decía malas palabras. Lo más fuerte que le escuché decir y eso porque estaba muy molesto fue un "¡Chintetes!".
Mi padre amaba leer, siempre estaba leyendo algo y nos inculcaba que lo imitáramos. Si teníamos alguna duda siempre recurríamos a él y siempre tenía la respuesta, y si no, ahí estaba el atlas o el diccionario. Nunca nos quedábamos con la duda de nada. A veces temíamos preguntarle algo porque no obteníamos una respuesta llana sino toda una explicación. A mi padre no se le podía preguntar la hora porque nos contaba la historia del reloj, decíamos a modo de broma entre nostros los hijos.
Pero planteándomelo ahora, lo que siempre mas admiré de mi padre fue el gran amor que tuvo por mi madre. Creo que nunca la dio "por hecho", creo que siempre la consideró su novia y siempre vivió conquistándola. Ese homenaje de amor fue lo que más honda huella dejó en mí.
Toda mi vida mientras vivieron me sorprendió la emoción con la que cada 14 de febrero intercambiaban regalos.
Ya jubilado, cansado y enfermo seguía tratando a su "negra" con deferencia. Aún a 50 años de casados seguían teniendo largas conversaciones en las noches, compartidas en la intimidad de su habitación. Esas conversaciones que a sus hijos cuando éramos pequeños nos llegaban en forma de susurros hasta nuestras camas, y nos daban seguridad y confianza. Esos murmullos eran la mejor canción de cuna que pudimos haber tenido.
Cuando mi padre murió, hace ya 14 años y me preguntaban "¿De qué murió? yo no sabía responder. Su corazón simplemente se detuvo. Es que ya era la hora, la misión estaba cumplida. Así lo avalaban sus hijos, adultos de bien, alrededor de su cama, así lo avalaba su negrita, mi madre, la mujer más amada que he conocido.
Sin palabras. Qué emotivos recuerdos has tenido y qué emotiva narración has hecho, Soberbia. Conmovedora. De nudo en la garganta.
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Amigaaaa te ví, ví tu familia al ir imaginando tu narración, gracias por compartirnos tus recuerdos y tus sentimientos. Besos
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