Camino despreocupadamente por el parque por el que siempre cruzo para llegar a casa. Es sábado por la tarde. Disfruto el clima fresco y del ambiente relajado y festivo que es típico de los sábados. Niños jugando, corriendo y riendo a todo pulmón, gente paseando a sus perros, vendedores de diferentes cosas, como algodones de azúcar o globos multicolores.
Aunque vengo cargando una bolsa de víveres, no me resisto al paisaje, me dejo convencer por el vendedor de nieves y helados, que tintinea unas campanillas para atraer nuestra atención. Compro una nieve de limón y me siento en la primera banca que encuentro libre, bajo la la agradable sombra de un frondoso árbol.
Miro a lo lejos a unos niños jugando a la pelota con un par de adultos que asumo son sus padres, más allá a una pareja haciéndose arrumacos sentados sobre el césped, han llevado consigo algunos refrigerios. Un hombre lee el periódico mientras fuma un cigarrillo.
Respiro hondo. Me gusta la gente, y más cuando se les nota felices, cada uno en lo suyo.
Yo también estoy feliz, me gusta estar así, sola, sin complicaciones, disfrutando sin involucrarme, llenándome de la energía de todos ellos.
Luego en casa, prepararé una pasta para cenar, tomaré un vaso de vino mientras escucho música, he decidido que escucharé jazz. Así disfruto, me gusta mi vida sedentaria, así la elegí. Gobierno mi vida y mi destino. Ningún problema del corazón me perturba.
Mi filosofía de vida, la que he pregonado y practicado es que no necesito afectos para sentirme completa. No necesito de otro para ser feliz.
Me gusta la gente, amo a mi familia, la que aunque está lejos, está en contacto permanente conmigo. Pero en cuestiones de amor, de la media naranja, del apasionamiento y demás tonterías siempre he pensado que son un dolor de cabeza, ganas de complicarse la vida. Tengo historias reales a montones para ejemplificar lo que digo. Mis libros están llenos de ellas, debo reconocer que esas historias me han significado un medio de vida bastante holgado.
Como mi nieve lentamente. Acuden a mi mente un par de ideas para continuar con mi libro esta tarde, las he tomado de forma natural de la gente que me rodea, es así como mejor me inspiro, mirando, imaginando cómo será la vida de esta gente cuando vuelve a casa y cierran sus puertas tras de ellos.
De la nada, una figura se interpone entre mi escenario y yo.
- Hola....
Levanto la vista para mirar la cara de quien me ha saludado. Es un hombre, aunque no distingo sus rasgos pues el sol me lo impide.
- Hola - contesto secamente, y me pregunto si me pedirá que me haga a un lado para compartir la banca. Eso me hace sentir molesta. Ha roto mi estado idílico de concentración.
El hombre sigue ahí, sin moverse.
- ¿Dígame? - Le pregunto mientras me recorro un poco en la banca dejándole sitio. He hecho esto sin pensarlo y me recrimino mentalmente.
No se si el hombre pensaba sentarse desde un principio, o ha tomado mi gesto como una invitación a sentarse. Se sienta.
Lo hace de forma callada. No me da las gracias, pero siento que me mira. Giro la cara y por fín descubro sus facciones.
¡Dios! ¿De donde ha salido este hombre? No es guapo, no tiene unos ojos preciosos ni ceja poblada. Su nariz y boca son comunes y corrientes, su color de piel es como la de cualquiera, su cabello no sería candidato para anunciar un shampoo...
Sin embargo, es tan increíblemente atractivo, tan varonil, que me quedo muda, mirándole. Él me mira directamente a los ojos, a diferencia mía no ha recorrido con la mirada mi rostro, ni tampoco ha bajado la mirada para ver lo que hay después de mi cabeza... Sólo me mira fijamente. Su mirada no es escrutadora, no me asusta.
Baja su mirada a mi mano y me dice con voz serena:
- Tu nieve se está derritiendo...
Bajo los ojos, miro mis dedos mojados, el barquillo de la nieve semi aplastado entre ellos...
Aturdida, miro alrededor buscando donde poner el barquillo, con qué limpiarme las manos, sin embargo no me muevo.
Levanta una mano y me quita el barquillo mientras con la otra me ofrece un pañuelo de tela. Lo tomo automáticamente. Gira a su derecha y deposita en un basurero que está al lado los restos del barquillo. Basurero que no descubrí cuando buscaba sin mirar.
Aunque sostengo entre mis manos su pañuelo, no lo he usado, él toma mis manos entre las suyas y comienza a limpiarme suavemente, el contacto con sus manos me sobresalta. Levanto la vista y nuestras miradas se cruzan. Esboza una leve sonrisa, que me hace derretirme tanto como esa nieve que él ahora limpia. Le sonrío, aunque estoy segura que lo más que lo logré fue hacer una mueca.
Suelta mis manos con suavidad, dobla con cuidado el pañuelo y lo guarda en su pantalón.
Respiro hondo, alarmada por mi actitud, por mi forma de reaccionar ante este extraño. Por mi total falta de capacidad para manejar esta situación con la confianza en mí misma de la que siempre he hecho alarde.
- ¿Cómo te llamas? - pregunta.
- Lorena - contesto con una sonrisa tonta en la cara. (¡¿Qué me pasa?!)
- Manuel - me dice a su vez extendiendome su mano. La estrecho. Se siente pegajosa contra la mía. El pañuelo no ha sido capaz de quitarnos del todo los restos de nieve. Reimos juntos.
Bajo la vista y cierro la boca tratando de acallar esa tonta risa.
Levanta mi mentón con un dedo, haciendo que lo mire a los ojos nuevamente. Me pierdo en éllos.
Me dice con seriedad y total aplomo, sin apartar sus ojos de los míos.
- Te iba a preguntar si tu casa o la mía, pero por tus compras veo que harás pasta, me encanta la pasta, así que será en tu casa. Yo llevo el vino. -
- Nos vemos aquí mismo, nueve de la noche - agrega soltando mi mentón.
Se levanta y se aleja.
Lo sigo con la mirada hasta que lo pierdo de vista.
Tardo largos minutos en reaccionar. El ruido ensordecedor de mi corazón se agolpa en mis oídos.
Tomo mi bolsa de compras automáticamente. Me levanto y comienzo a caminar lentamente, como si un gran peso hubiera sido puesto en mí. Toda la gente de mi alrededor, de la cual disfrutaba hace apenas unos minutos ha desaparecido para mí.
Me dirijo a casa mientras un sólo pensamiento llena mi mente.
"Me ha robado. Este hombre se ha llevado consigo mi paz y mi tranquilidad. Yo la traía conmigo y ya no la tengo".
Mi paso se aligera, camino cada vez más de prisa. Mi caminar se convierte casi en una carrera... siento la brisa contra mi cara, sonrío... río.
...Y muchas hemos decidido estar en paz! sin alguien a nuestro alrededor y sin embargo cuando llega y nos sacude el mundo un complemento es lo mas hermosos del mundo!
ResponderEliminar¿Estar en paz o sentirse viva? El dilema de la mujer de hoy.
ResponderEliminarGracias por tu comentario adrenalinangel :)
@Irene_Benitez