domingo, 11 de noviembre de 2012

Cuentito


- Oye papá ¿Me cuentas un cuento? -.

- Tu mamá es la que sabe contar cuentos hija, a ella le salen bien bonitos, yo no sé. Anda con ella -.

- ¡Papá, me gustan mucho los cuentos de mamá, pero ya tengo siete años y tú nunca me has contado uno! 
¡Cuéntame uno papá! -.

- ¡Es que hija, esas historias de princesas y príncipes, de finales felices, de érase una vez como que no se me da! – Se rasca la cabeza, incómodo -.

- Pa, te digo que ya tengo siete años, ya soy una niña grande y las historias que dices ya las he oído mucho, cuéntame tu algo, para variar ¿Sí papa? -.

El padre mira la hermosa cara de su hija, sus ojitos suplicantes. Se queda un momento mirándola callado, traga saliva y por fin habla.

- Está bien hija, ven, siéntate aquí, te contaré un cuentito -.

La niña se sienta al lado de su padre, lo mira con los ojos muy abiertos, expectantes.

- Pues verás hija, había una vez un hombre que no era príncipe ni nada de eso, era un hombre común, que luchaba por abrirse paso en la vida. Era de cuna humilde, no tenía ninguna preparación superior, la urgencia de llevar dinero a su casa lo obligó a salir a trabajar siendo muy joven.

A este hombre nada parecía salirle bien, trabajaba mucho, ganaba poco  y su vida se reducía a ir de la casa al trabajo y viceversa.

Un día en el que se sentía especialmente triste y sin esperanza un compañero de trabajo se acercó a él para invitarlo a una fiesta. Él no quería ir, nunca iba a fiestas, no sabía cómo comportarse ni tenía ropa como para irse de fiesta, pero ante la insistencia del amigo aceptó ir.

El día de la fiesta se vistió de forma humilde pero pulcra y prometió a su madre que no llegaría tarde, que iba sólo por cumplir con su palabra.

Apenas llegó a la fiesta se arrepintió de haber ido, había mucha gente, no encontraba a su amigo y sentía que no encajaba en el lugar.

Afortunadamente la reunión era en un jardín, así que él se alejó de la gente y comenzó a caminar entre unos árboles, respiró fuerte llenando sus pulmones de ese aire limpio y fresco cuando de la nada, apareció alguien que le hizo gritar.

- ¿Por qué gritó, papá? ¿Era una aparición? -

Gritó por la sorpresa y si… creyó que era una aparición, porque era una mujer, la mujer más hermosa que hubiera visto en su vida. Desvió sus pasos para no estorbar el paso de la mujer cuando ésta tocó su brazo y le dijo con una sonrisa: - Perdona que te haya asustado, no era mi intención -.

Él detuvo su paso y con voz vacilante le contestó: - No se disculpe, era yo que venía distraído, con permiso -. Se alejó apresurado.

Cuando estuvo lo suficientemente lejos se dijo a sí mismo que era un tonto y un mal educado, que había dejado a esa hermosa mujer con la palabra en la boca, que no le había preguntado ni su nombre, que le había hablado de usted… y así siguió haciéndose multitud de reproches.

Luego de un rato volvió a la reunión, no vio nunca a su amigo entre tanta gente y decidió irse. Ya se alejaba cuando la hermosa aparición se acercó a él y le dijo… - ¿Te marchas ya? -.

Él volteo a verla y dominándose un poco más le contestó que sí, que era tarde, que vivía lejos y que tenía muchas cosas que hacer y que bla y bla y bla… ahora metía la pata a la inversa, después de quedarse mudo en un principio ahora no sabía cómo detener el torrente de palabras absurdas e inconexas que salían por su boca.

Cuando por fin se quedó callado, ella mirándolo con sus grandes ojos le dijo: - Yo también me marcho ya, las fiestas en realidad no me gustan, los grupos grandes me cuestan trabajo. Vivo cerca de aquí ¿Me acompañas? Permíteme, le aviso a mi familia que ya me voy -.

Él se quedó parado mudo otra vez, sólo asintió con la cabeza y la esperó un par de minutos. Cuando ella volvía caminando hacia él, no pudo evitar admirarla en su hermoso vestido corto rosa, en sus sandalias, su cabello ondulante, en esa mirada, en esa cara toda…

Dieron un paseo caminando, la confianza que ella tenía sobre sí misma lo relajó a él y le permitió desenvolverse sin más apuros. Intercambiaron nombres, aficiones, gustos en general. Él se sentía un poco cortado porque en realidad no tenía mucho que decir acerca de él, su familia o su trabajo, pero la actitud positiva y receptiva de ella nuevamente lo volvieron a relajar. Cuando la dejó frente a una casa grande y a todas vistas muy lujosa se sintió cohibido y muy inferior a ella.

Cuando se dijeron adiós ella besó su mejilla. Él sintió que con ese beso ella se robaba su corazón.
Siguieron viéndose, hablaron más de sus vidas y quedó claro que él era un obrero sin estudios, ella era una rica heredera estudiando una carrera en una prestigiosa universidad. Todo los separaba pero sus corazones estaban irremediablemente unidos.

Se hicieron novios, se adoraban y mutuamente se decían que no podían vivir el uno sin el otro. Él en un acto de irresponsabilidad y claramente no pensando le pidió que fuera su esposa. Ella aceptó mostrando todavía menos cordura que él, - y es que, hija, - el amor es así, ciego, incongruente, absurdo, maravilloso, desastroso, hermoso.

Cuando él se presentó ante los padres de la novia para pedir su mano fue un día terrible, el padre lo despidió con cajas destempladas, la madre lloró, el novio demudado sudaba a mares, pero ella… ella estaba serena, sabía que las cosas serían así, se mantuvo firme.

Como ella tenía 19 años sus padres ya no podían retenerla por la fuerza, pero sacaron su arma más contundente, le dijeron: ¡Si te casas con este hombre te desheredaremos!

- ¡Ay papá! ¿Qué pasó? ¿Terminaron el noviazgo? -.

No hija. Se casaron en una sencilla ceremonia con únicamente la familia de él como testigo. Rentaron un departamento pequeño y sencillo, apenas sin muebles. Ella dejó de estudiar y comenzó a trabajar y le dijo a él: - Mi amor, hay una sola cosa que te quiero pedir y quiero que me la cumplas. Estudia. Inscríbete en la escuela y haz esa carrera que siempre soñaste. Triunfarás en la vida porque tienes todas las cualidades, sólo vamos a trabajar en las herramientas para lograrlo amor -.

Por algunos años apenas se veían, uno trabajaba, el otro estudiaba y viceversa. Ella también retomó su carrera, no en la prestigiosa universidad pero sí en una universidad pública al igual que él. Fueron labrándose su futuro con trabajo y sudor auténticos.

Él no podía dejar de mirar y admirar a esa princesa, su esposa, llevando con maestría su humilde hogar, aprendiendo a cocinar pues nunca tuvo necesidad de hacerlo, administrando el dinero, dándole a él una vida, una confianza  y una esperanza que jamás soñó tener.

Un día ella preparó la mesa para cenar de una forma especial, cuando él llegó de sus clases nocturnas se sorprendió de verla ahí, tan bonita, con esos ojos tan brillantes con más luz que nunca. Se abrazaron y cuando él quiso preguntar qué pasaba ella calló sus labios con un beso.

Luego de que cenaron, mirándose, besándose y uniendo sus manos, ella le anunció que estaba embarazada. 

Se abrazaron emocionados y con lágrimas en los ojos. No estaba planeado así, pero no les importó, era el tiempo perfecto para ese bebé porque los planes superiores anulan los planes de los mortales.

Tuvieron una hija, tan hermosa como la madre.

Los padres de ella se hicieron presentes y pidieron perdón, querían ver a su nieta y ser parte de su vida. No hubo rencores, todo quedó olvidado. Lo único que no aceptaron casi al unísono fue el ofrecimiento que les hicieron de hacerla nuevamente heredera.

Ambos terminaron sus estudios, consiguieron mejores trabajos y siguieron viviendo felices con su hermosa hija -.

- Bueno, como decían en mis tiempos hija, colorín colorado este cue….  - ¡Espera papá! Que no me has dicho en ningún momento los nombres de los protagonistas de este cuento! -.

Los nombres los conoces, son el de tu madre, el mío y por supuesto el tuyo.

¡Papá!! ¡No sabía! Es la mejor historia que me han contado, porque es real, porque es nuestra historia y porque … Porque … te amo papá!

Lo abraza llorando. También hay lágrimas en los ojos de él. Qué bonitas son las lágrimas de la felicidad.

Ya… bajen el telón.




lunes, 22 de octubre de 2012

Luisa

 
María
Luisa
Güicha
Maria Luisa
 
Te fuiste
Tres años
 
Inesperado y esperado
Incomprensible y comprensible
 
¿Qué se hace con un cuerpo que se ha vuelto una carga?
¿Qué se hace cuando ya no hay ganas?
 
¿Cómo se enfrenta el nuevo día cuando el dolor y la desazón nos impiden disfrutarlo, vivirlo, gozarlo?
No hay reproches, sólo agradecimiento, sólo reconocimiento, sólo remordimientos
 
Te recuerdo no en el dolor, ni en la tristeza ni en la oscuridad; te recuerdo en la alegría, en las risas, en las continuas muestras de amor.
Te recuerdo en nuestras últimas conversaciones donde la madurez, la mesura y la serenidad te brotaban por los poros.

Me quedo con tu imagen tranquila, con esa imagen que me sugería que la verdad te había sido desvelada, que sabías algo que yo ignoraba, que entre el dolor y la desazón habitaba una luz nueva que te daba certeza.
La certeza de la luz al final del túnel.
 
Estamos tristes por nosotros porque nos haces falta. Por ti estamos felices.
Descansa en paz Luisa, hermana.  Así te sé, feliz y en paz.

domingo, 21 de octubre de 2012

Las Voces Del Silencio


Cuando se hace el silencio comienza el verdadero ruido.

¿Qué ruido se produce dentro de tí cuando estás a solas?

¿Qué pasa cuando la concentración en el trabajo, las demandas del jefe, el ruido del teléfono y la computadora quedaron atrás?

¿Qué sucede cuando la familia se fue a dormir y cesó el torrente de palabras, de juegos, de risas, o de recriminaciones?

¿Qué sucede cuando te quedas a solas contigo mismo y las voces interiores comienzan a emerger?

¿Las  ignoras?

¿Pones la televisión con el volumen muy alto en cualquier canal, cualquier programa?

¿Pones la radio pegada a tu oído hasta que el sueño te vence?

¿Lees hasta que el libro (o el portátil) casi cae de tus manos?

¿Te da miedo quedarte a solas contigo mismo?

A veces lo primero que nos viene a la mente son los acontecimientos del día.

"Que robaron la casa de al lado, que qué vamos a hacer"

"Que en la oficina hubo un problema y que quedé mal parado"

"Que qué ruta escogeré mañana al trabajo, mi cuidad parece un campo de batalla"

Luego siguen los:

"Tengo que tomar acciones urgentes con esa tarjeta de crédito"

"Debería acercarme a mi hermano (o amigo) y hacer las paces, total el problema fue una burrada y ya tenemos meses sin hablarnos.

"La casa necesita reparaciones urgentes"

Nuestro subconsciente deja para el final lo que menos queremos pensar, lo que menos queremos cuestionar:

"Ya tengo ... años"

"¿Qué he hecho de mi vida?"

"¿He hecho lo suficiente?"

"Si hubiera estudiado, si hubiera aprovechado esa oportunidad de trabajo..."

"Si hubiera aceptado esa relación, o si no la hubiera terminado... si..."

Luego nos aterramos con el:

"Tengo que hacer mi testamento" (Digo, mi viejo coche no va a quedar a la deriva)

"Tengo que acercarme más a los que amo, decirles que los quiero, hacer las paces con la vida"

"Tengo que salir más, vivir la vida como tanto oigo que dicen..." "Vivir la vida"... ¿Cómo? ¿Haciendo qué?

¿Soy feliz?

¿Tendré cáncer? ¿Me irá a dar cáncer?

¿Veré de frente el rostro de la maldad? ¿Me secuestrarán? ¿Me torturarán y asesinarán?

¿Me moriré pronto?

¿Qué hay después de la vida?

... Subimos el volumen de la televisión o la radio y apretamos los ojos y nos negamos a hablar con nosotros mismos...

Para algunos cuestionamientos conocemos la respuesta pero no la queremos encarar (estudiar, cambiar de trabajo, poner un alto al abusivo...)

Sin embargo lo que principalmente nos aterra es enfrentar el hecho de saber que pese a todos nuestros esfuerzos del día a día, nuestra vida, nuestro destino está en manos del azar, que una calle, unos pasos pueden hacer la diferencia. Una bacteria, una célula anómala o un asesino nos acechan a la vuelta de la esquina... o no.

Todos tenemos miedos que no queremos enfrentar ¿A qué le tienes miedo tú?

domingo, 7 de octubre de 2012

¿Ya fuiste a misa?

Es domingo y este día trae consigo deberes que cumplir. Hay que ir a misa.

Así lo cree la gente religiosa

Así lo siente la gente espiritual

Así lo hace mucha gente por tradición, porque así nos enseñó papá (este grupo cada día se reduce más)

Así lo hacen algunos más porque tienen la convicción de que si no van a misa algo muy malo les ocurrirá durante la semana.

Dice la iglesia que si no vamos a misa cometemos un pecado capital. Es decir, es un pecado grandote que para ser perdonado requiere confesión, penitencia y claro, no volverlo a cometer.

Supongo que el escenario ideal para ir a misa sería:
Ir en familia
Que se sienta un ambiente festivo en la iglesia, caras sonrientes y cálidas (Estamos en Su casa y vamos a encontrarnos con Él ¿No?
Que se entienda lo que dice el sacerdote
Que el sacerdote tenga el tino de dar un sermón que mande un mensaje que nos impulse a mejorar algún aspecto de nuestra vida.
Que aprovechando que la familia ya está junta y en la calle, se de un paseo dominical, de zócalos, helados y estampas dominicales.

Pero no es así. El ambiente general es de funeral. Adultos apartando asientos para gente que nunca llega, caras largas para el "hermano" que está al lado, apretón de la mano diciendo "La paz" pero sin hacer contacto visual y con gesto adusto. Están en misa menos en misa, mirando para todos lados y juzgando a los demás.

Lo peor son los sacerdotes con aire de superioridad oficiando misa con desgano, hablando y orando de tal forma que sólo se entienden ellos. El sermón, la hora de la explicación del Evangelio, el momento supremo para acercarse a la gente resulta ser lo más malo. Se nota a leguas que no lo preparan con anticipación y que improvisan. Regañan a los asistentes y los descalifican. Hablan como si todo su auditorio fueran niños de preescolar, o adultos con algún tipo de retraso mental. No hay comunión, no hay acercamiento.

Tengo la convicción de que "misa" no es ir forzado a la iglesia, no es ir a juzgar a los demás, no es estar pensando en otra cosa, no es ir a rezar en automático, no es estarse enojando por lo que dice el sacerdote, sintiéndose insultado y tal vez profiriendo alguna descalificación mental acompañada de una palabrota.

Misa es armonía entre los tuyos, la feliz convivencia familiar.

Amarnos los unos a los otros, eso es lo único que se nos pide. Los negocios terrenales son cosa aparte.

¿Se notó que poco voy a misa?











jueves, 30 de agosto de 2012

Cero

Cero es cero...

Le pongo alas... y sigue siendo cero...

Lo hermoseo, lo maquillo, le pongo colores alegres, le pinto sonrisas falsas... sigue siendo cero.

Lo estiro para convertirlo aunque sea en un uno... que no es mucho pero resulta ser un poco más, un algo... tiro para adelante, tiro para atrás, tiro de los lados... suelto y sigue siendo cero.

Soy locutor e interlocutor, pregunto y me contesto, me río y me sonrío... sigue siendo cero.

Cero es cero.

jueves, 10 de mayo de 2012

A mi madre


Yo era aún una niña cuando mi madre tuvo a su doceavo y último hijo, una partera fue a asistirla a casa porque luego de un par de malas experiencias en el casi recién estrenado IMSS mi madre no quiso ir nuevamente y tuvo a su última bebé igual que tuvo a los primeros, en casa y con partera. 

A todos los niños nos reunieron en el cuarto de costura de la abuela, para que no nos enteráramos cómo era que la cigüeña hacía sus entregas.

Estar encerrados en ese cuarto que normalmente era vetado para nosotros era un sueño. Yo apenas tenía conciencia de lo que estaba sucediendo allá afuera, estaba fascinada con todas esas telas por doquier, hilos de todos colores, agujas, botones, cierres, cinta métrica, etc. y en el centro de la habitación la flamante máquina de coser, de esas antiguas de pedal. Esa máquina mágica de la que salieron nuestros vestidos de primera comunión, nuestros “hotpants” para ir al “Calvario” en semana santa y hasta uno que otro vestido largo de 15 años.

Cuando pudimos salir vimos asombrados a la recién nacida. A ella, la última, le tocó llevar el nombre de nuestra madre: Rafaela. Un nombre de carácter al que madre e hija hicieron honor.

Mis padres tuvieron hijos sistemáticamente cada dos años desde que se casaron y hasta que la naturaleza dijo basta. En esos tiempos era así. Ella era una mujer fuerte con una salud frágil, nos contaba que cuando mejor se sentía era cuando estaba embarazada, parece ser que sus hijos en gestación reacomodaban placenteramente el interior de su ser.

Mi madre era una mujer muy atractiva, con un porte altivo y de andar enérgico. Una mujer orgullosa y sabia que supo, con la ayuda de mi padre y abuela paterna educar a doce niños en un ambiente que podría considerarse adverso. Nos amó a todos por igual y así nos lo hizo sentir, todos éramos especiales y queridos.

La recuerdo muy alta y en realidad no lo era tanto, es que así de grandota la veía. Ante mis ojos era algo así como una súper heroína, todo lo encontraba, todo lo sabía, todo lo arreglaba. Por ejemplo si perdíamos una llave ella tomaba el candado con un mano y con la otra se quitaba un pasador del cabello y en dos movimientos el candado estaba abierto. Allí donde yo veía un problema insalvable ella lo resolvía en dos pasos.

Se casó siendo muy joven y tenía una relación cordial con su suegra. Siempre le habló de usted, sin embargo las recuerdo jugando y en ocasiones esos juegos los terminaban rodando por la cama o en el suelo, muertas de la risa. ¿Quién puede llevar una relación así con su suegra?

Cuando mi mamá acudía a la escuela para una junta o para resolver algún problema, o simplemente iba por nosotros, nos sentíamos henchidos de orgullo y decíamos "¡Mira, esa es mi mamá, vino por mí!

Recuerdo que a veces mi mamá se permitía un pequeño lujo, generalmente cuando estaba embarazada. Se compraba una Pepsi y un Gansito. Se sentaba en el patio junto al capulín y cuando estaba a punto de morder el Gansito se veía rodeada de pronto por sus pequeños hijos. No le pedíamos, era de ella!, pero pues podíamos mirar un poquito verdad? Entonces con gesto resignado comenzaba a circular su gansito y su refresco entre todos, algunas veces habrá alcanzado a dar una mordida y un trago... otras veces no.

A todos nos asignaba tareas según la edad, hacer camas, lavar trastes, hacer los mandados, cuidar a los más pequeños o ayudarlos en su tarea escolar, cocinar, etc.

En las tardes podíamos salir a jugar, era una calle cerrada y era toda nuestra, a veces élla jugaba con nosotros beis, o toro, o piso, nos enseñaba rondas (¡Amo ato, matarilerilero...!), otras más se quedaba viéndonos desde la puerta de la casa, cuidándonos. Cuando comenzaba a caer la noche nos llamaba a gritos... ¡Carolina, Irene, Pepe., Miguel, etc, (muchos etcéteras)! nosotros por supuesto no siempre atendíamos a la primera llamada, pero era bajo nuestro riesgo.

Luego de dos o tres gritos la veíamos entrar a casa, para salir enseguida con un cinturón en la mano, entonces sí hacíamos caso. Entrábamos corriendo en fila india, ella parada en la puerta soltaba uno que otro cinturonazo, los rápidos y listos la libraban, los lentos y zoquetes llevábamos doble ración.

Mi madre sí que se ayudó con el cinturón o con el zapato cuando hizo falta para redondear nuestra educación. Una nalgada o cinturonazo en el momento justo obraron maravillas. Actuó siempre con sabiduría y justicia y estoy agradecida por ello.

Mis padres eran católicos, así que nos enseñaron a rezar a ese señor que estaba allá en “los cielos”, que nos cuidaba y que nos escuchaba cuando necesitábamos de su ayuda. Nos enseñaron a temerlo y que el mal que se hacía se pagaba. Recuerdo su larga mano enderezando mis deditos para enseñarme a hacer la señal de la cruz.

La recuerdo también formándonos y dándonos unas pastillas de hígado de bacalao que sabían horrible, o calcio, o de plano nos inyectaba vitaminas, según las instrucciones médicas.

Cuando adolescentes estaba siempre pendiente de nuestros horarios, si alguna hija no llegaba a la hora habitual comenzaba a mirar el reloj constantemente, peor aún si andaba con amigas o con algún novio que no era del todo de su agrado. En un momento dado se ponía un suéter y salía a esperarla a la parada del autobús. Esos momentos no siempre tenían un final feliz.

Crecimos y siempre permanecimos unidos. Somos de esas raras familias donde los hermanos no pelean, al contrario, parecemos muéganos de lo pegados que anduvimos siempre y hasta la fecha. Nos inculcó el amor y el respeto entre nosotros. Nos enseñó a no decir mentiras, ella no las decía nunca. Una vez le rogué ser mi cómplice en una mentira blanca, de esas de broma a mis hermanos y no logré convencerla. En otras ocasiones le decíamos, “Má, ¿A quién quieres más de todos tus hijos?” Su respuesta siempre fue... a todos... y no logramos nunca una respuesta diferente.

Ya en los últimos años y cuando ya casi todos mis hermanos se habían ido de casa y habían formado sus propias familias, recuerdo que pasaba a mi recámara a darme las buenas noches, se sonreía y desde la puerta me decía... “Buenas noches hija... te quiero un chingo”.

Cuando mi padre murió la ví derrumbarse. Estuvieron juntos 50 años. Recuerdo que le daban el pésame y ella decía con lágrimas en los ojos “Perdi a mi compañero de vida, me ha dejado sola ¿Qué voy a hacer sin él? Afortunadamente tenía todavía a sus doce hijos y juntos seguimos adelante.

Fue una excelente abuela, pero no como las abuelas tradicionales, nunca “peinó” canas, ni siquiera usaba anteojos, jugaba con sus nietos tan alegremente que algunos ni la llamaban abuela, le decían “tía” para  su beneplácito, así de joven lucía, así de jovial era. Una vez una sobrinita le dijo a su mamá... “oye mamá, ¿por qué yo no tengo abuelita?” “Sí tienes mija, es tu abuela Rafa”, “¡No mamá, yo digo una a-bue-li-ta, de esas de chongo blanco, gordita y anteojos, con mecedora para que me cargue y me cuente cuentos!” Pues no, mi madre no fue ese tipo de abuela.

Como madre de hijas adultas fue fantástica, nos divertíamos mucho. Era una mujer informada, que evolucionó con los años, que bromeaba fuerte, haciéndonos preguntas personales y picarescas a veces. Otras veces nos poníamos serias y hablábamos de religión y cuestionábamos lo aprendido de niños, ella participaba, concedía, aprendíamos juntos.

Le gustaba cantar y no se hacía mucho del rogar cuando le pedíamos en coro... ¡Canta "Delgadina"! ¡Canta "Volver Volver"! y de adultos seguíamos jugando, le encantaban los juegos de mesa, como el dominó y  las cartas, algunas veces vimos el amanecer jugando. Era fan de llenar crucigramas y tuvo su temporada de "Tetrix" era una vaga jugando carreras de coches. Ya desde niños también fue la campeona familiar del trompo, las canicas el yoyo y la matatena.

Como suegra fue un sueño hecho realidad, la adoraban. Jamás se metió en los matrimonios de sus hijos, aunque ahí estuvo cuando se necesito su consejo y apoyo.

El tiempo es implacable y mi madre estaba cada vez más enferma, cada vez más frágil y temerosa de los diagnósticos médicos. Tantas veces visitó hospitales, tantas veces le pusieron sueros, tanto la “picaron” como ella decía, que al final estaba muy cansada y asustada. Era enfática en sus deseos “No quiero que me dialisen, no quiero un marcapasos, no quiero morir en el hospital”

Tratamos de hacerle la vida lo más llevadera posible, aunque con oxígeno los últimos tiempos, cada paso hacia adelante era una pequeña victoria. Sin embargo llegó el momento en el que entendimos que comenzaba la cuenta regresiva. Ella marcó ese momento cuando cambió el “no me quiero morir, me gusta la vida, quiero seguir con mis hijos, ya le dije a tu papá que ya pronto estaré con él, pero que me espere otro poquito” al “Ya hablé con el Señor de las Maravillas, le pedí tiempo pero me dijo que ya es la hora, y es que ya es mucho dolor, la vida así ya no vale la pena vivirla, es hora de irme”

Se fue hace casi tres años. Murio en su casa como era su deseo, murió rodeada de sus hijos, nietos, bisnietos y yernos. Se fue en paz. 

Su legado de amor nos enaltece, su corazón bravío late en cada uno de nosotros.  Ella nunca se irá del todo.

¡Yo también te quiero un chingo Má!

domingo, 18 de marzo de 2012

Recordando a los que se fueron

Foto cortesía de @maumercatto tomada el 18.03.12 
Visitar el panteón siempre me ha producido sentimientos encontrados.

Eso de ir a "visitar a nuestros muertos" me parece como poco una monstruosidad. ¿Nos van a invitar a tomar un café? ¿Nos vamos a actualizar de noticias? "Hola ¿Cómo has estado, qué tal te trata el más allá? ¿Esa tumba es cómoda? ¿Pasas frío, calor?".

¿Ellos qué nos preguntarían o dirían? ¡Vaya, hasta que te apareces! ¡Ni creas que con ese ramito de flores me vas a contentar!... ¿Como que has engordado no?

Si, muy absurdo. Lo sé.

También sé bien que los muertos no permanecen en los panteones, que ahí yace un despojo humano. Que el alma (que es lo que vale) se fue a otro lugar o se extinguió el mismo día que murió, según cada quién sus creencias.

Aunque no lo queremos ver, a los muertos en nada les benefician nuestras visitas al panteón ni se enteran de ellas. Por esas mismas razones tampoco se ponen tristes porque no los visitamos ni se alegran de "vernos".

Decía que cada que la presión de la familia es mucha por visitar el panteón, me resigno y voy. Tenemos seres queridos en dos panteones diferentes, hoy toca visitar el Municipal que como bien lo implica su nombre es un panteón del pueblo.

Han de saber que ese panteón se divide en secciones. La primera sección es de los más pudientes, así que hay auténticas construcciones tipo partenón, otras más podrían albergar una familia pequeña, se nota que hubo una feróz  competencia entre los poseedores de esas construcciones por tener cada uno la mejor.

Recuerdo bien que en una visita previa vi caminando a dos humildes chiquillas de cinco o seis años,  cada una acarreando una cubeta de agua, miraban asombradas los mausoleos de la primera y segunda sección, iba pasando junto a ellas cuando una le dice a la otra: "Mira manita, son las tumbas de los ricos".

Me sonreí y pensé para mis adentros: Estas niñas en su inocencia y esos "ricos" en su soberbia no alcanzan a ver que cuando morimos todos somos iguales.

Cuando hace poco más de dos años llevamos al panteón a mi hermana, nos tocó dejarla en la quinta sección, la última y más humilde, ahí donde sólo se ven cruces a ras del suelo, algunas oxidadas o en muy mal estado, ahí donde no importa que la basura se acumule. El panteón está completamente lleno y no hay de donde escoger. Hubiera querido que se quedara en el otro panteón, donde están mis padres y mi abuela paterna, ese panteón estilo americano donde todas las tumbas por igual tienen sólo una lápida y un florero sobre el verde pasto, pero así estaba decidido.

Como decía al principio no me gusta ir al panteón, no por las razones equivocadas. Sin embargo cuando tengo que ir confieso que lo disfruto. Sí, dije disfrutar. Me gusta ver a la gente caminando con flores hasta la tumba que van a visitar, me gusta ver a las familias en torno a ellas. Me gusta ver cómo las limpian, las adornan. Disfruto verlos conviviendo como familia reunidos con quien ya no está. También me admira verlos guardando un profundo silencio, cada quién sumido en sus recuerdos y pensamientos.

Llegamos hasta la tumba de Luisa mi hermana y hacemos los mismos ritos. Acarreamos agua, limpiamos, adornamos con flores y la traemos a nuestros recuerdos, hablamos entre nosotros de ella o guardamos silencio recordándola. Al final oramos por ella.

Mi reflexión es que ir al panteón no es en beneficio del que se fue sino del que se quedó. El ir a visitarla no es un asunto de etiqueta sino un asunto del alma. Visitarla la mantiene viva entre nosotros, en nuestros recuerdos.

Limpiamos  su tumba y con ello limpiamos un poco nuestras conciencias porque ¿Quién no se queda siempre con el sentimiento de: "Pude haber hecho más"?, oramos por ella pero creo que ella no lo necesita. Las oraciones son para nosotros los que nos quedamos, oramos por resignación y redención.

No son tan inútiles las visitas al panteón.

jueves, 5 de enero de 2012

Reyes Magos

Casi no podía respirar de la emoción, el día había llegado. Como cada cinco de enero estábamos mis hermanos y yo listos con nuestras cartas a los Reyes Magos.

Desde días antes nuestro comportamiento cambiaba notablemente, porque con la cantaleta de nuestros padres o mayores de “Los Reyes te están viendo” no osábamos portarnos mal, ni desobedecer, ni reñir entre hermanos.

También con suficiente anticipación habíamos hecho ya nuestras cartas. Pedazo de papel, lápiz mordisqueado, de rodillas apoyándonos en la cama o en el suelo garabateábamos:

Queridos Santos Reyes:

Este año me he portado muy bien, por eso quiero pedirles que por favor me traigan: Una pelota, un juego de té, una muñeca que abra y cierre los ojos y si se puede también que camine. También quiero un triciclo y una batería. Les prometo que el próximo año me portaré todavía mejor. Gracias.

Doblábamos la hojita y la acomodábamos con cuidado dentro de nuestro zapato, luego ayudábamos a los más pequeños a hacer también sus cartas. Poníamos zapatos y cartas bajo el árbol o nacimiento navideño.

Ese era el día más largo de nuestra vida, ya queríamos que anocheciera y sucediera la magia. Recuerdo que con frecuencia y de forma involuntaria emitía un silbido incontrolable que sonaba como “YYYYYYY” que era la más pura expresión de mi emoción mal contenida.

Nos acostábamos temprano y cuchicheábamos, apretábamos los ojos obligándonos a dormir pero no había modo, era demasiada emoción. Mis padres o hermanas mayores hacían rondines supervisando que ya estuviéramos dormidos, los ojos apretados y la mueca tensa nos delataban… “Ya duérmete porque si los Reyes llegan y estás despierta se pasan de largo y no te dejan nada”…. ¡Nooo! Dormir… dormir… dormir… y ahí venían las risas incontrolables, los codazos entre nosotros y entre cuchicheos, regaños y risas por fin lográbamos dormirnos.

Uno a uno, comenzábamos a despertarnos dos o tres horas después… y nos susurrábamos:

“Creo que ya llegaron” “¿Sí?” “¿Los viste?” “Vi una sombra y oí ruido”

Voz de adulto (padre o madre) ¡Niños, duérmanse!

Y otra vez a apretar los ojos, a contener la emoción, para un rato más tarde volver a las andadas.

La casa en la que vivíamos era como un tren, es decir, las habitaciones se sucedían una a una en forma horizontal. Así que desde nuestra habitación (Que era como de hospital pues albergaba varias camas para un montón de niños) para llegar a la sala donde estaban el árbol y nuestros zapatitos esperando por los ansiados regalos teníamos que cruzar por la habitación de nuestros padres.

Nunca faltaba el hermano o la hermana avezada que se atrevía a ir a gatas hasta la sala, cruzando silenciosamente la habitación de mis padres… para regresar y contarnos:

“¡Ya están nuestros regalos ahí! ¡Toqué algunos, se sintió algo redondo, como una pelota, y luego hay una caja grandota, y me pareció que vi tu bici!” Nos contaba susurrando, sofocándose, con todas esas orejas pegadas a sus labios.

Una vez yo fui la designada para hacer una segunda inspección, me bajo de la cama, y gateando me dirijo a la habitación de mis padres, ni siquiera alcanzo la mitad de la misma cuando me dicen “¡Nene!, ¿A  dónde vas? ¡A la cama! Y ahí voy de vuelta, con  un ritmo más apresurado y muy avergonzada, nunca fui hábil para esos trabajos de campo xD.

Finalmente ya entre cinco y seis de la mañana se nos permitía levantarnos de la cama. Ahí íbamos en tropel a la sala, buscábamos con la mirada nuestro zapato, había regalos por doquier. La magia ante nuestros ojos, regalos traídos por los mismísimos Reyes Magos. Decíamos que el que nos traía a nosotros era Gaspar, que porque era el negrito y era pobre, no sé de donde sacábamos esas historias.

 Ahí estaba mi zapato, me acerco y hay una pelota, también una muñeca de plástico rígida. Alguna vez había calcetines, o una bolsa de dulces, muchas veces el juego de té o la batería era un regalo que venía para compartir.

Mirábamos nuestras cosas con fascinación, se las enseñábamos a nuestros hermanos, las tocábamos, las acariciábamos. ¿No era lo que habíamos pedido? ¡Qué importaba! ¡Los Reyes en persona vinieron hasta nuestra casa, identificaron el zapato de cada quien y nos dejaron regalos!

Nunca preguntamos por qué a las vecinitas ruidosas y groseras les traían la bicicleta o las muñecas que hablaban y caminaban. Nunca nos pasó por la cabeza inconformarnos con lo que habíamos recibido. Lo disfrutábamos mientras duraba y ya mayores nos seguimos riendo con esas anécdotas.

Que si Miguel pidió un  coche de baterías o tracción y recibió uno sencillo de plástico, y le puso un hilo, y caminaba por delante de él arrastrándolo, hasta que poco después alguien le hizo ver que sólo llevaba el hilo pues el coche se quedó en el camino y lo perdió el mismo día.

O Lili que recibió su muñeca negrita de cartón, y como desde chiquita fue muy hacendosa luego de jugar un par de horas con ella la metió a la tina de agua para bañarla y la negrita se quedó flotando deshecha, con sus ojitos muy abiertos.

Vinieron tiempos mejores y los Reyes Magos parece que se turnaron, y fue el mago rubio y alto (¿Melchor?) quien nos comenzó a visitar y a traernos tal vez no lo que pedíamos porque el imaginario del niño es infinito, pero sí muñecas rubias y bicicletas para compartir.

Creo que los adultos de hoy que como niños creyeron en los Reyes Magos en su más tierna infancia son  adultos que creen en la magia. No se sienten engañados o defraudados por el disimulo. ¿Acaso no fueron unos Reyes aquellos que los proveyeron de un juguete o de una ilusión que estuviera al alcance de sus posibilidades, con la pura justificación de su amor?  

Hoy haz feliz a un niño. Sé su Rey Mago.