sábado, 3 de agosto de 2019

Un acto de amor

Hace un par de semanas iba conduciendo hacia mi trabajo, cuando me detuve en un semáforo en rojo. Estaba circulando por el Boulevard 5 de Mayo, y en esta vialidad el carril de la izquierda está confinado para el transporte RUTA (Red urbana de transporte articulado). Para los que no lo saben, en ese carril "confinado" sólo pueden circular este transporte "articulado" (que ni articulado está).

Como decía, estábamos detenidos por el semáforo, cuando un par de chiquillos de entre cuatro y cinco años de edad, que esperaban parados en el carril vacío, corrieron hacia el frente de los coches e hicieron alguna pirueta. Una joven tocó su claxon llamándolos, se acercaron corriendo y ésta les dio un paquete de comida. Era claramente su almuerzo lo que les regalaba.

Los niños pusieron una carita feliz cuando otro claxon atrajo su atención. Era un joven en sus treintas, que sacaba la mano por la ventanilla. Alcancé a ver fruta y y agua.

Los niños sonreían más contentos todavía, cuando un tercer claxonazo sonó y los pequeños se dirigen corriendo entre sonrisas. Con horror veo que el semáforo se ha puesto en verde. Me quedo paralizada, ningún coche se mueve mientras estos niños entre los coches recogen más comida, el tercer almuerzo que les ha sido regalado. Evidentemente todos los de adelante eramos testigos atentos de la escena, e increíblemente, los demás conductores no nos pitaron.

Corriendo, con las manos llenas y los rostros sonrientes, se paran nuevamente en el carril del RUTA, que afortunadamente está vacío porque no transita ninguno en ese momento.

Sin prisas, como si hubiéramos esperado a que se pusieran a buen resguardo, comenzamos a circular nuevamente.

Yo tenía emociones encontradas, me sentía llena de amor y esperanza, porque ese acto de bondad y solidaridad que comenzó una conductora y que secundaron otros dos automovilistas, fue increíblemente inspirador.

Otra emoción era el haber atestiguado que ninguno les dio dinero, por fin hemos comprendido que darle dinero a los niños en las esquinas únicamente provoca que los niños limosneros sean un buen negocio para un adulto o una mafia, y que al darles dinero estamos contribuyendo a que los mantengan en la calle. Sin que lo queramos, ayudamos a afianzar el grillete de la esclavitud que les ha puesto su explotador.

Por otro lado, tenía un susto terrible de que alguien que no estaba atento a que había dos niños muy pequeños entre los coches, los hubiera podido atropellar; rogué porque ningún motociclista viniera de atrás y pasara algo terrible. Nada pasó.

 Qué optimista me siento cuando presencio estos actos de amor.

Lleva galletas, dulces o botellas de agua contigo y dáselo no sólo a los niños, sino a cualquier vendedor ambulante con el que te topes. La sonrisa que te dedican vale mil veces más de lo que estás obsequiando.

Yo tuve una mala experiencia con un migrante -aparentemente centroamericano- que pedía limosna, cuando vio que lo llamé se acercó de prisa, pero cuando observó que lo que le ofrecía era  un sándwich, me mentó la madre con la mano y se alejó. Confieso que me provocó un sentimiento de malestar, pero fue momentáneo, porque reflexioné que a ellos también hay alguien detrás explotándolos; porque visten los mismos andrajos, misma mochila con sarape atravesado, que se nota que está siempre ahí.Todos van sin zapatos y con el pantalón lo más roto que pueda estar. Fui testigo de cómo uno obligaba a otro a pedir entre los coches, y que éste no quería, y que de una patada que le sacó lágrimas de humillación, lo empujó contra los coches para que obedeciera.

No dinero, sí ropa y comida a quienes lo acepten. No digas "que el gobierno haga algo", hazlo tú.