sábado, 11 de octubre de 2014

No somos animales

 Los aparatos para hacer ejercicio en los parques que puso el municipio de la ciudad de Puebla han sido muy bien aprovechados. Por lo menos el que está a unas calles de mi casa. Muchas veces no encuentro sitio, cuando así sucede me sigo de frente y hago una larga caminata. Hace unos días me sentí feliz de que mi aparato preferido estuviera libre, me subo en él y comienzo a pedalear.
De mis audífonos –No sé si sea una maldición particular o a ustedes también les suceda – sólo uno funciona, así que el otro de plano lo quito de mi oreja.

El señor de la derecha, un hombre de alrededor de 60 años, en realidad no hacía ejercicio, le hacía conversación a la señora que tenía a su derecha. Mi oído libre de la derecha no pudo tapar su conversación aun cuando tenía el volumen alto del lado izquierdo.

-          Éramos tan pobres que no teníamos para comer, y todavía mi madre recogió a una huérfana que vivía en la calle. Mi madre iba a la pollería y pedía “tripas para su gato”, como había visto hacerlo a una señora ricachona. Con las tripas daba consistencia a un caldo de nada para alimentarnos a todos.  – Contaba él.

-          Qué buena era su mamá, seguro Dios la recompensó – Dice la señora, que sí está haciendo ejercicio en un aparato que balancea tus piernas tanto como puedas separarlas.
  
-          No, qué bah, le pegaba como si fuera un costal de papas – Dice él, con un tono muy sombrío.

-          ¿Su madre le pegaba a la huérfana? Pregunta la señora deteniendo un poco su balanceo.


-          No, no. Mi padre – Dice él con voz ahogada

-          ¿Su padre le pegaba a la huérfana? Dice la señora deteniéndose completamente.


-          No, mi padre le pegaba a mi mamá. Todos los días, siempre – Su voz de alguna forma se ha convertido en la voz de un niño.

La señora se queda muda. No sabe qué agregar. El no necesita incentivo, tiene que sacarlo todo.

-          Le pegaba a mi mamá sólo por placer, para ejercer su estatus de macho. Le pegaba como a un perro. Cuando yo tenía como 25 años ya no lo soporté. Un día que iba a comenzar a pegarle le dije. ¿Por qué le vas a pegar? Y me contesto: “Porque hoy tengo ganas de partirle su madre”

-          "¿Por qué? ¿Qué te ha hecho?"

-          “No me ha hecho nada, me dijo. Simplemente tengo ganas de darle de chingadazos, ¿cuál es tu pedo?”

-          Me puse entre mi madre y él, y le dije: "No le vas a pegar, no somos animales, ella no te hizo nada, no tienes por qué pegarle."

-          Supongo que mi tamaño lo intimidó, me mentó la madre hasta que se cansó pero no la tocó. Tiempo después se largó de la casa, hizo otra familia, tuvo otros hijos.

Se queda callado un momento, sumido en sus recuerdos y en su tristeza y añade:

-          No entiendo por qué le pegaba, ella no le hacía nada.

-          Pobre de su mamacita, ojalá que Dios la haya compensado y esté disfrutando la vida sin ese mal hombre – Acierta a decir la señora, muy conmovida.

         No crea, está muy enferma, la cuidan mis hermanas, a mí me va mal, no tengo trabajo. Dice él como hablando consigo mismo.

-          ¿Pues a qué se dedica usted señor? – Pregunta la señora haciendo movimientos lentos.

-          A la mecánica automotriz, pero casi no hay trabajo, me sostengo a duras penas - dice el señor con los hombros sumidos.

-          Continúa pensando en su fantasma y agrega: “Mi papá ya se murió. Solo, tuerto y cojo por la diabetes, dicen quienes vieron por él que era un hombre muy amable que pedía todo por favor. Ya no era el maldito que yo conocí."

-          Bueno señor, ojalá que pronto las cosas mejoren, lo dejo porque ya viene la lluvia. Dice la señora bajándose del aparato de piernas y glúteos (así es como bauticé a ese aparato)
  
-          Gracias señora - dice el hombre con voz gruesa. Ha recuperado su voz y el aliento.
   
       La señora se va, él se levanta, recorre los diferentes aparatos, hace que hace ejercicio, mete las manos en los bolsillos de su sudadera y se aleja, el peso que lleva lo encorva y lo hace parecer pequeño.
   
   Sigo pedaleando. Me pierdo en la voz de Bob Marley. No quiero pensar, no quiero mentarle la madre a un muerto.

sábado, 4 de octubre de 2014

Hermanas

La sola palabra suena poderosa: Hermanas.

Nunca he podido ser amiguera. Es que no lo necesito. Tener muchas hermanas de las cuales echar mano para cualquier situación me ha hecho no necesitar a nadie de allá afuera. Ellas me complementan y me llenan.

Fuimos diez hermanas y dos hermanos. Una multitud.

En esta ocasión hablaré exclusivamente de mis hermanas, con motivo de nuestra segunda convención o retiro, nueve reunidas solamente porque la décima nos acompañó desde el cielo. Todas con rasgos físicos similares y todos tan diferentes en nuestro modo de ser, cada una única, especial. 

Cierro los ojos y las veo tan atrás en el tiempo como puedo. La primera imagen que me viene es ver a Chofi vestida de novia, hermosísima. Con esos ojos grandes maquillados como los de una diosa egipcia. Veo su sonrisa con la que nos abarca a todos y nos confirma que la bondad existe. Mi hermana amorosa con la que siempre se cuenta, la hermana del hogar de puertas abiertas, donde siempre eres bienvenido, alimentado y arropado.

Veo a Ale trabajando, siempre trabajando. La veo llevándose a la flotilla de hermanos menores de día de campo o a alguna feria. La recuerdo con sus botas blancas y una belleza excepcional… Ale siempre dispuesta a ayudar, siempre luchando por ella y por todos los que ama, su familia. La veo compartiendo lo suyo con todos aquellos que lo hemos necesitado.

Mi hermana Luisa, la Güicha, que de niña me llevaba al cine con su novio, y me sentaba en el medio para guardar distancia de él, que me ponía a practicar palabras en inglés, que vivía la vida como si ésta se le fuera a apagar en cualquier momento, que vivió como quiso  y cuando quiso se marchó, porque para ella la fiesta ya se había acabado y su espíritu libre voló. La voz que nos cantaba las mañanitas por teléfono a todos nosotros y que se ha callado para siempre, aunque sigue aquí entre nosotras, yo la traigo a esta celebración. Me quedo con su sonrisa, con su asombrosa inteligencia, con su pozole y con la planta que ponía en nuestras manos cuando dejábamos su casa luego de una de sus muchas fiestas.

Qué puedo decir de Lili, que ha sido como una madre para todos, que hizo de su destino una misión y que lo ha cumplido con corazón generoso y a manos llenas, que nos prodiga amor veinticuatro horas al día siete días a la semana. Lili que mantiene viva a su niña interna, que vive llena de ilusiones, que ve la vida con esos ojazos que brillan traviesos. Esa Lili a la que vas y le vacías tu costalito de problemas y deja todo para escucharte. Que no sabe juzgar sino sólo amar.

Carmen, la Camucha guapísima que se vistió de guerrera, la que ha dado un guantazo a cada situación difícil que ha tenido que vivir. Que resiste los embates de pie, que ha sacado adelante a su familia a sudor y sangre, y  sonríe, y se carcajea, que se pandea pero no se quiebra. Carmelita, que ha sido el roble al que se abrazan sus hijos amorosos. La vida se le ha presentado de todos los colores, hoy ella tiene el pincel, y la pinta del color que más le gusta.

Ahí viene Lupita, el huracán que arrasa, la mujer impetuosa y trabajadora siempre. A la que la vida le ha dado limones y ha hecho limonadas y hasta les agrega pepino. Devota de su familia, generosa siempre, reparte lo suyo y lo hace con alegría. Ver a todos felices es su felicidad. Lucha a brazo partido con pasión desbordada. La mujer de la navidad y el amor expresado de mil maneras. La incondicional.

Sigue Carito, la mujer de los ojos grandes que lo abarca todo. Que está allí donde se le necesita. El corazón donde cabemos todos. Nuestro refugio, nuestro núcleo. La que nos apapacha y también endereza si nos andamos torciendo. Nunca a Carito te acercarás y las manos vacías te llevarás. Hizo de la familia su templo y se ha consagrado a ella. Sigue siendo una niña que le exige a la vida que se porte bien con nosotros y que nos cuide, que nos dé lo mejor.  Es la que se empeña en que todo esté bien y no ceja hasta lograrlo. Vencedora de mil batallas, obradora de milagros.

Uyyy aquí viene Chio! Otra mujer adorable con la sensibilidad a flor de piel. Una mujer con corazón de niña y ansia de adolescente. Con unas ganas tan avasalladoras de vivir que a veces la dejan agotada, se pone en reposo y vuelve a las andadas. La mujer de carcajadas que son música para nosotros. Chio que nos abraza y apapacha, que contamos con ella siempre, que llega corriendo para ayudar. La Chio que se va encontrando en los libros, que los lee como una niña exploradora, que ve que la vida es bella, o que puede serlo si así lo queremos. La mujer que ha cumplido sus sueños y con los ojos abiertos sueña con que se le cumplan más.

Rafita, nuestra niña chiquita y consentida. La mujer triunfadora que trabaja a brazo partido y que mezcla el profesionalismo con una personalidad única, que no se intimida y que a veces pareciera que la vida toda la toma a juego. Que no se arruga ante las dificultades y que las resuelve si tienen solución y que las trabaja si hay que vivir con ellas. Rafita que nos escucha, nos ayuda, nos abraza y consuela. La Rafita que siempre dice sí, cuenten conmigo.  Si buscas a Rafita estira el brazo y ahí la encontrarás.


Las hermanitas Benítez, guapísimas todas, luchadoras exitosas cada una en su campo, en lo que les tocó hacer.  Las amo y doy gracias a Dios por ser parte de ustedes.