lunes, 19 de mayo de 2014

Carito


Hola Carito,

Hola niña pequeña, mi cómplice de juegos y travesuras. Tan unidas desde pequeñas que mamá decía que habíamos nacido pegadas por la cola aunque eres dos años menor que yo. Hola a la niña a la que vestían igual que a mí en ocasiones, como aquella vez que nos llevaron al estadio de futbol y ambas llevábamos un vestido verde con escarola que papá terminó por apodarnos “las lechuguitas”.

Tan unidas y tan diferentes, como cuando en la boda de Sofía, nuestra hermana mayor, que llevábamos la cola de su vestido camino al altar y a alguien se le ocurrió poner a un niño entre las dos, yo iba seria mirando al frente, haciendo malabares con la cabeza para que no se me cayera el sombrerito, mientras tú tundías a pellizcos al niño intruso para que se quitara.

Hola niña que compartía conmigo las tareas de la casa, teníamos que lavar los “trastes” para poder ir a la posada de la iglesia, donde luego de rezar y recibir algún palo del sacristán por no poner atención, nos daban un gran aguinaldo cacahuatero. Recuerdo cómo nos repartíamos la tarea de lavar trastes, yo lavaba y enjuagaba mientras tú jugabas con el agua, reías y hacías pompas de jabón.

Hola co-dueña de los juguetes que nos traían los Reyes Magos, esos con los que salíamos el 6 de enero a la calle, con nuestra batería o juego de té y jugábamos en la banqueta. Qué tal nuestros juegos de niñas, corriendo por la calle con todos nuestros hermanos, hermanas y vecinos, donde nuestra única preocupación era no pisar la raya del avión pintado en el suelo, de no fallar brincando la cuerda, o de tocar el poste antes de quedar “encantadas” ¿Recuerdas que a veces, cansadas de correr gritábamos la palabra clave para darnos un respiro? ¡Tai, Tai! ¿Cuántos años habrán transcurrido para que nos enteráramos que “tai” era “time” y que estábamos pidiendo tiempo para descansar?

Recuerdo la temporada en la que nos tocó dormir en un catre en la sala, fue maravilloso, nos decíamos una a otra ¿y si nos da hambre en la noche? Hay que hacernos unos tacos… ¿y si nos da sed? Hay que traernos unas tazas de café. Y nos dormíamos con nuestros tacos y café bajo el catre, y una despertaba a la otra para morder el taco y dar traguitos de café.

Luego a nuestros ocho y diez años, recuerdas aquella ocasión cuando hicimos algo atrevido, muy atrevido. Nos quitamos nuestros camisones y jugábamos bailoteando frente al espejo, hasta que llegó la abuela y escandalizada llamó a mamá. Cuando esta llegó apresurada nos encontró vestidas, parada una junto a la otra con cara de inocencia. Desconcertada se fue a seguir sus labores, suerte que no se dio cuenta que teníamos los camisones puestos al revés.

¿Y qué tal cuando nuestras hermanas mayores nos ponían a hacer un concurso de belleza, y nos llenaban de flores la cabeza y de brillos los labios, recorríamos la pasarela improvisada de sillas, modelando y mandando besos a la concurrencia?

¿Recuerdas los años cuando viviamos en El Vergel y compartimos una bicicleta? ¡Qué tiempos tan felices en esa zona entonces casi despoblada, verde y que era toda nuestra! ¿O ese hermoso jardín al que entrábamos furtivamente y permanecíamos en él casi en trance, admirando su belleza?

Los años pasaron, crecimos y estudiamos juntas, vivimos a la par nuestros años adolescentes, todos esos cambios que nos tomaron desprevenidas; los primeros bailes y  los galanes que rechazábamos sistemáticamente porque éramos las campeonas de la seriedad  y la timidez.

Y comenzamos  a trabajar casi al mismo tiempo, tú eras casi una niña aún. Te tocó trabajar en un mundo más aguerrido del que me tocó a mí, sufriste mucho pero no te doblegaron a pesar de todo lo que viviste, como el que hasta rompieran tu trabajo mientras ibas a comer, no eras bienvenida con tu inocencia, belleza e inteligencia en un ambiente corrompido de adultos. Pasaste la prueba, te ganaste el cariño y respeto de todos. Te rogaron para que no te fueras años después cuando debiste hacerlo para continuar tu camino.

A pesar de que ya eras “grande” y trabajabas, te recuerdo bien rodeada de nuestros sobrinos pequeños hijos de nuestras hermanas mayores, siempre te seguían, tú jugabas con ellos, los columpiabas,  los empujabas en sus carritos o de plano ibas tripulando su triciclo.

Llegó el amor y formaste tu familia. Tal vez no lo sepas pero yo lloré… y lloré…. y lloré. Porque te perdía, porque perdía a mi compañera de juegos, a mi cómplice, a la otra lechuguita.

Me equivocaba, no tenía idea de lo que la vida nos reservaba. No te perdí sino que gané a dos sobrinos maravillosos, a los cuales he tenido la dicha de compartir. He sabido lo que es ser madre sin la responsabilidad de serlo ¿se puede pedir más?

Los años han pasado y seguimos juntas, igual de unidas como cuando éramos niñas, seguimos riéndonos a carcajadas, seguimos siendo cómplices. En alguna vida debimos haber nacido pegadas de la cola.

Gracias por estar, gracias por haberte echado a cuestas ser el pegamento que mantuviera unida a la familia luego de que nuestros padres partieron.

¡Hey lechuguita! ¡Muy feliz cumpleaños! ¡Que Dios te siga bendiciendo y que a nosotros que tanto te amamos nos conceda la dicha de tenerte por muchos, muchísimos años más! Te amo Carito.


miércoles, 7 de mayo de 2014

La mamá

La mamá… pues es la mamá.

Es que salimos de su cuerpo, de su propio cuerpo, y ese lazo que cortan cuando nacemos nos separa físicamente, pero siempre está ahí, uniéndonos, tengamos la edad que tengamos, esté todavía a nuestro lado o ya no.

No importa cuántos años tengas, qué tan importante seas o qué tan fuerte o duro te hayas convertido como adulto, cuando un hombre o mujer habla de su madre, su expresión cambia, se vuelve ese niño sentado en su regazo, vuelve a ser ese bebé siendo amamantado, regresa a ser ese niño sostenido por la mano de su madre.

La mamá nos marca de por vida. Su ternura, sus palabras, sus gestos y sus actos nos acompañan siempre, la cara se nos ilumina al pensar en ella, al hablar de ella.

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Abro este paréntesis para incluirte aquí a ti, a ti que tuviste el infortunio de tener una madre de esas que no sienten amor por sus hijos o que son malas personas; también a ella la recordarás, y harás un puchero cuando algo o alguien te la recuerde o te la mencione, porque no hay psicólogo o terapia que pueda erradicar jamás el triste y doloroso recuerdo de una mala madre. Porque no podrás superar que ese ser del que todos dicen que ama incondicionalmente, no te amó a ti. La vida te debe una.
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Tan presente tenemos a la madre, que la mentamos todo el día, curiosamente en un sentido negativo y generalmente para insultar. ¿Por qué será que mentamos tanto a la madre?

Chinga a tu madre, qué poca madre, no tienes madre, estoy hasta la madre, me vale madres, qué madres es eso, es una madrecita, te parto la madre, ni madres, chingada madre… y así, mentadas de madre de a madres.

Gracias a la mujer que nos enseñó a hacer rayitas, a sostener un tenedor, a hacer la señal de la cruz, a la que nos echó porras, a la que nos llevó corriendo al hospital con la cabeza o rodilla ensangrentada, a la que enfrentó al maestro, compañero o vecino abusivo. Gracias a la mujer que nos peinaba, que bailaba y cantaba con nosotros. Gracias a las madres que tuvieron la sabiduría de enseñarnos que más allá de ser importantes o famosos debíamos ser felices.

La madre, esa mujer que idolatramos de niños y a la que no queríamos perder de vista ni un segundo; a la que negamos o de la que nos avergonzamos como adolescentes, con la que se discute y apenas se tolera como adulto, y a la que se vuelve arrepentido cuando uno mismo se convierte en madre o padre, y por fin comprende la difícil, dificilísima función que cumple la madre, sin más guía que su intuición, buena intención y una carga infinita de amor.

La mujer con la que siempre nos sentimos en deuda, a la que cuesta decirle que se le quiere, por la que sentimos que no hicimos lo suficiente o no le agradecimos tanto como debíamos.
(¡Aprovecha ahora, llámala por teléfono, si la tienes a mano abrázala, pídele perdón si debes, o enciende una luz en su memoria si ya no está!)

Gracias mamá por creer en tu obra, por tu amor sin condición, gracias por vernos hermosos aunque para el resto no lo seamos, gracias por creer que somos los más inteligentes y mejores que los demás.

Un aplauso cargado de emoción y amor a la madre, a la obrera que recibe entre sus manos la materia prima en forma de un recién nacido y que entrega su vida entera para formar mujeres y hombres de bien, su obra maestra, sus hijos.