Hola Carito,
Hola niña pequeña, mi cómplice de juegos y travesuras. Tan
unidas desde pequeñas que mamá decía que habíamos nacido pegadas por la cola aunque
eres dos años menor que yo. Hola a la niña a la que vestían igual que a mí en
ocasiones, como aquella vez que nos llevaron al estadio de futbol y ambas llevábamos
un vestido verde con escarola que papá terminó por apodarnos “las lechuguitas”.
Tan unidas y tan diferentes, como cuando
en la boda de Sofía, nuestra hermana mayor, que llevábamos la cola de su
vestido camino al altar y a alguien se le ocurrió poner a un niño entre las
dos, yo iba seria mirando al frente, haciendo malabares con la cabeza para que
no se me cayera el sombrerito, mientras tú tundías a pellizcos al niño intruso
para que se quitara.
Hola niña que compartía conmigo las tareas de la casa,
teníamos que lavar los “trastes” para poder ir a la posada de la iglesia, donde
luego de rezar y recibir algún palo del sacristán por no poner atención, nos
daban un gran aguinaldo cacahuatero. Recuerdo cómo nos repartíamos la tarea de
lavar trastes, yo lavaba y enjuagaba mientras tú jugabas con el agua, reías y
hacías pompas de jabón.
Hola co-dueña de los juguetes que nos traían los Reyes
Magos, esos con los que salíamos el 6 de enero a la calle, con nuestra batería
o juego de té y jugábamos en la banqueta. Qué tal nuestros juegos de niñas,
corriendo por la calle con todos nuestros hermanos, hermanas y vecinos, donde
nuestra única preocupación era no pisar la raya del avión pintado en el suelo,
de no fallar brincando la cuerda, o de tocar el poste antes de quedar “encantadas”
¿Recuerdas que a veces, cansadas de correr gritábamos la palabra clave para
darnos un respiro? ¡Tai, Tai! ¿Cuántos años habrán transcurrido para que nos enteráramos
que “tai” era “time” y que estábamos pidiendo tiempo para descansar?
Recuerdo la temporada en la que nos tocó dormir en un
catre en la sala, fue maravilloso, nos decíamos una a otra ¿y si nos da hambre
en la noche? Hay que hacernos unos tacos… ¿y si nos da sed? Hay que traernos
unas tazas de café. Y nos dormíamos con nuestros tacos y café bajo el catre, y
una despertaba a la otra para morder el taco y dar traguitos de café.
Luego a nuestros ocho y diez años, recuerdas aquella
ocasión cuando hicimos algo atrevido, muy atrevido. Nos quitamos nuestros
camisones y jugábamos bailoteando frente al espejo, hasta que llegó la abuela y
escandalizada llamó a mamá. Cuando esta llegó apresurada nos encontró vestidas,
parada una junto a la otra con cara de inocencia. Desconcertada se fue a seguir
sus labores, suerte que no se dio cuenta que teníamos los camisones puestos al
revés.
¿Y qué tal cuando nuestras hermanas mayores nos ponían a
hacer un concurso de belleza, y nos llenaban de flores la cabeza y de brillos
los labios, recorríamos la pasarela improvisada de sillas, modelando y mandando
besos a la concurrencia?
¿Recuerdas los años cuando viviamos en El Vergel y compartimos una bicicleta? ¡Qué tiempos tan felices en esa zona entonces casi despoblada, verde y que era toda nuestra! ¿O ese hermoso jardín al que entrábamos furtivamente y permanecíamos en él casi en trance, admirando su belleza?
¿Recuerdas los años cuando viviamos en El Vergel y compartimos una bicicleta? ¡Qué tiempos tan felices en esa zona entonces casi despoblada, verde y que era toda nuestra! ¿O ese hermoso jardín al que entrábamos furtivamente y permanecíamos en él casi en trance, admirando su belleza?
Los años pasaron, crecimos y estudiamos juntas, vivimos a la par nuestros años adolescentes, todos esos cambios que nos tomaron
desprevenidas; los primeros bailes y los galanes que rechazábamos
sistemáticamente porque éramos las campeonas de la seriedad y la timidez.
Y comenzamos a
trabajar casi al mismo tiempo, tú eras casi una niña aún. Te tocó trabajar en
un mundo más aguerrido del que me tocó a mí, sufriste mucho pero no te doblegaron a pesar de todo lo que viviste, como el que hasta rompieran tu trabajo mientras ibas a comer, no eras bienvenida con tu inocencia, belleza
e inteligencia en un ambiente corrompido de adultos. Pasaste la prueba, te
ganaste el cariño y respeto de todos. Te rogaron para que no te fueras años
después cuando debiste hacerlo para continuar tu camino.
A pesar de que ya eras “grande” y trabajabas, te recuerdo
bien rodeada de nuestros sobrinos pequeños hijos de nuestras hermanas mayores,
siempre te seguían, tú jugabas con ellos, los columpiabas, los
empujabas en sus carritos o de plano ibas tripulando su triciclo.
Llegó el amor y formaste tu familia. Tal vez no lo sepas
pero yo lloré… y lloré…. y lloré. Porque te perdía, porque perdía a mi
compañera de juegos, a mi cómplice, a la otra lechuguita.
Me equivocaba, no tenía idea de lo que la vida nos
reservaba. No te perdí sino que gané a dos sobrinos maravillosos, a los cuales
he tenido la dicha de compartir. He sabido lo que es ser madre sin la
responsabilidad de serlo ¿se puede pedir más?
Los años han pasado y seguimos juntas, igual de unidas como cuando éramos niñas, seguimos riéndonos a carcajadas, seguimos
siendo cómplices. En alguna vida debimos haber nacido pegadas de la cola.
Gracias por estar, gracias por haberte echado a cuestas
ser el pegamento que mantuviera unida a la familia luego de que nuestros padres
partieron.