sábado, 15 de junio de 2013

La Pesadilla de las Campañas Electorales.


En temporada de elecciones los ciudadanos comunes como yo, que no pertenecemos a ningún partido y que estamos decepcionados de todos, es un verdadero viacrucis sobrevivir evitando toparse a los candidatos y sus promesas de campaña.

Por las mañanas escuchar cualquier noticiario local en la radio es un martirio porque casi todo el contenido de éstos se divide entre las andanzas diarias de los candidatos y todo lo bueno que dicen que harán si es que resultan electos y su paso en persona por dichos noticiarios.

Cambiar de estación de radio local es inútil, porque como si fuera una maldición, el candidato que evitamos oír en el otro noticiario llega pronto a este otro a recetar la misma monserga.
Sintonizar una estación de radio nacional soluciona medianamente el problema porque durante los anuncios continua la pesadilla.

La televisión está plagada de lo mismo, además de que ahí no sólo se oye a los aspirantes sino que también se les ve; es inútil poner un programa cualquiera en la televisión por cable, los comerciales ahí también están  infestados de la misma contaminación.

Al salir de casa nos topamos con propaganda por todos lados. Espectaculares, pendones, muros, postes con las caras de los candidatos una sobre otra posando con una falsa sonrisa, o abrazando a una humilde anciana o cargando a un niño con mocos.

En las esquinas hay grupos de jóvenes vestidos de pies a cabeza con propaganda electoral esperando el semáforo en rojo para lanzarse por  entre  los coches ofreciendo calcomanías, panfletos y lapiceros.

Suena el teléfono celular y recibimos un mensaje de uno u otro candidato, bajándonos las estrellas para que votemos por ellos.

En el teléfono fijo de  casa o trabajo entran llamadas de propaganda grabada, a veces quien llama es una persona (pero con actitud robótica) pretendiendo que se le diga si es que ya tenemos decidido nuestro voto y luego tratar de convencer a su interlocutor de que vote por el candidato que le ha contratado.

Dejar el coche estacionado en la calle conlleva el riesgo de encontrarlo con una calcomanía gigante pegada. Quitarla no es fácil.

En internet la cosa no mejora, en los portales noticiosos seguimos viendo las caras de los candidatos, sus slogans propagandísticos y sus pugnas entre unos y otros.

Twitter y Facebook no nos salvan. Entre simpatizantes, fanáticos, robots y las propias cuentas de los candidatos no nos dan respiro. Si nos atrevemos a mencionar a uno de ellos, para bien o para mal, inmediatamente saltarán los opositores para aplaudirnos si criticamos o para atizarnos si simpatizamos.

Ahora mismo mientras escribo esto en mi blog tengo a la derecha la amable cara de uno de ellos.

Esto es una pesadilla y es agobiante

Es sobrecogedor que los candidatos nos mientan tanto y tan continuadamente, mirándonos con tanta frescura.

Es increíble que lo sepamos y aun así votemos por alguno de ellos, cruzando los dedos para que hayamos elegido al menos peor.

Es triste que haya simpatizantes que defiendan a su candidato y digan “vota por él, porque su oponente es terrible” cuando saben que su propio candidato también lo es.

Sé que mucha gente es pagada y que su simpatía es un trabajo, vil, pero trabajo al fin. A los que no comprendo son a aquellos que saben bien que su candidato tiene las manos sucias y aun así le levantan el brazo.

Que ya termine la farsa y con ello la pesadilla de las campañas electorales.



viernes, 10 de mayo de 2013

¡Madres!

"Si es mujer es madre" -por lo menos potencialmente-.

"Si es madre es buena".

"De hecho todas las mujeres son buenas. Por eso, por ser mujeres".

¿Cuántas veces hemos oído frases como las de arriba? Es que nos encanta etiquetar, adoramos los estereotipos. 

Vamos a hablar con la verdad.

No todas las mujeres tienen instinto maternal, no todas las mujeres desean tener hijos.

No todas las madres son buenas madres. Muchas concibieron por mera cosa del destino y ni las manos metieron, no saben qué hacer con esos seres vivos que las llaman "mamá" y que les demandan toda su atención. Hay muchas madres negligentes y desapegadas que simplemente "toleran" a sus hijos.

Otras mujeres son malas no en el sentido de la calidad sino en el de la maldad. Golpean a sus hijos sistemáticamente, los torturan, los abusan y los explotan.

Nada de que todas las mujeres son buenas simplemente por su género como muchos insisten en decir: "Vote por la mujer "X", ella no le fallará porque es mujer" 

Muchas mujeres tienen hijos como consecuencia natural de la vida sin ser concientes de que la materia prima con la que trabajan es de lo más delicada, hacen "hombres" y "mujeres". sus únicas herramientas son sus manos, corazón y espíritu. Algunas tendrán buenos resultados, otras no. 

Las madres de tiempo completo no son necesariamente mejores que las madres que trabajan, éstas tienen únicamente en su contra el reloj, factor fácilmente superable con calidad de tiempo. El único reparo que le pongo a las madres que trabaja es el que quieran compensar la falta de tiempo con sus hijos con cosas materiales. Hay hijos que les toman la medida y se convierten en auténticos chantajistas de sus propias madres.

He querido escribir lo anterior porque ya todos escriben de las admirables mujeres que muchos tuvimos el privilegio de disfrutar como madres y que afortunadamente son la mayoría.

El amor más grande de una mujer son sus hijos, por ellos lo dan todo, por ellos lo son todo. Una madre es un ser divino cuyo amor es incondicional. 

Felicito a todas esas buenas madres, mi profunda admiración por su fuerza y su capacidad inagotable de dar y amar.

Felicidades también a esos padres a los que les ha tocado jugar el rol de madre y que lo hacen así, a toda madre.

domingo, 21 de abril de 2013

Soledad en compañía.


Ocupan una mesa frente a la mía, es una pareja entrada en años. No los veo cruzar ni miradas ni palabras. Ordenan su cena.

En este restaurante de cadena no hay bar ni sirven cocteles, lo único que he visto que sirven con la comida o con la cena son cervezas, por eso llama mi atención cuando a la señora le llevan una pequeña botella, de las que hay en los mini bares en las habitaciones de los hoteles.No ha comenzado a cenar cuando ya ha vaciado su contenido.

Cenan con la vista baja, concentrados en el plato que tienen enfrente, el único ruido que hacen es el que producen sus tenedores y cuchillos.

Otra botellita.

El señor termina su cena, se le nota incómodo, cansado. Ella llama a la mesera y pide una tercera botellita. El alcohol no le ha agregado ni una chispa a su mirada, por el contrario, sus ojos lucen hundidos y vacíos. Tan hundidos como el señor en su asiento.

Otra botellita.

Me marcho cuando la señora con una seña pide una quinta botellita. La mesera dirige una mirada al señor esperando que intervenga; éste no abre la boca. No quiero ver cuando le nieguen la bebida, no quiero ver la condición en la que se levantará de la silla. Me siento apenada por los dos.

Esas pequeñas botellas se ven gigantes en la mesa, tan gigantes como la brecha entre ellos dos.



domingo, 14 de abril de 2013

Gracias por lo que no tengo.

Conduzco con cuidado por ese tráfico infernal de viernes por la tarde, maldigo la falta de educación vial,  el exceso de automóviles y la sobre población mundial, cuando de pronto veo sobre el carril derecho a un hombre mayor sorteando el tráfico y empujando la silla de ruedas de otro hombre todavía más anciano que él y que no tiene piernas. Me entristezco por ellos y cambio mi actitud.
Agradezco por conducir un coche y por estar sana y completa.

Me quejo en el supermercado porque cada fin de semana los precios están más altos, el cereal, los quesos, el café, la fruta. Cuando hago la fila para pagar, una mujer delante de mí lleva tres bolsas de pasta para hacer sopa. Cuando va a pagar le dicen que son doce pesos. Sólo lleva diez... devuelve una bolsa de sopa. Le pregunto si no la ofende que la ayude y su mirada dice lo que sus labios no se atreven.
Agradezco por tener un trabajo.

Hace poco fuimos a comprar pescado para comer el viernes santo. Ya saben, la abstención de carne roja es buen pretexto para darse una comilona de mariscos y pescados. Como había tanta gente en los alrededores tuvimos que estacionar el coche a varias calles de la pescadería. Hacía un calor tremendo y mientras caminábamos nos quejábamos de los casi 30 grados de calor que caían a plomo sobre nuestras cabezas; de pronto vimos a un hombre que vendía artesanías, estaba muy requemado por el sol. Lo vimos sentado en el quicio de una puerta, exhausto. Sólo nos vio pasar ya sin fuerza para ofrecernos sus productos. Mi hermana y yo nos miramos y sin decir palabra nos metimos a una tienda a comprarle agua y fruta. Cuando volvimos ya no lo encontramos. Nos sentimos muy mal por no haber podido ayudarlo.

...

Sucede que solemos quejarnos por lo que nos sale mal o vivimos haciendo el recuento de aquello de lo que carecemos, no nos detenemos a pensar que si tenemos seres queridos (familia o no), un techo sobre nuestra cabeza, un plato sobre nuestra mesa, un trabajo y salud, somos seres bendecidos y con todo por agradecer.

Nuestras no carencias, nuestra no enfermedad, nuestra no falta de amor nos comprometen a ser felices y agradecidos por lo que sí poseemos. Es la hora de dar gracias.

Un tip: La felicidad se multiplica si ayudamos a los menos afortunados que nosotros. ¡A ayudar!

viernes, 5 de abril de 2013

Herminia


Herminia es esa señora que asea silenciosamente las oficinas de una empresa cualquiera y que pasa inadvertida para la mayoría de las personas que la rodean.

Su rostro luce siempre triste pero sereno, aunque tiene 56 años parece que tuviera muchos más y cómo no,  si ha trabajado duro desde que era una niña y ha tenido que enfrentar  revés tras revés toda su vida.

Nació en Huauchinango, Puebla y fue la mayor de tres hermanos. Nació en medio de la pobreza y con un padre autoritario que aterrorizaba a la familia y golpeaba a su madre. Cuando su padre llegaba de trabajar, se sentaba a comer y estiraba la mano para tomar la tortilla recién hecha. La tortilla en ese preciso momento debería estar esponjando, es decir, separando su piel delgada de la gruesa. Si esta condición fallaba, porque recién se había desinflado la tortilla o porque ésta requería de unos segundos más para inflar, despertaba la furia del padre, que aventaba el bracero de la madre y arremetía contra ella a patadas.

Cuando su mamá estaba embarazada de su tercer hijo, el señor le pegó tan fuerte y tan repetidamente en el vientre que cuando poco tiempo después le sobrevino un cáncer de matriz, a Herminia siempre le quedó la impresión de que algo tuvieron que ver esas patadas para que su mamá se enfermara.

Su madre muere a los 24 años, luego del funeral el padre la manda con sus dos hermanitos a la tienda y le ordena no regresar sino hasta luego de un rato. Cuando se acercan de regreso a casa ve a su padre rodeado de personas y entregándoles papeles. Su padre estaba regalando a sus hijos a tres diferentes familias.

A Herminia le ha tocado quedarse en manos de su madrina, así que le suplica a ésta entre sollozos que permita que sus hermanitos se queden con ella, que le promete que ella los mantendrá. La señora accede y puntualiza que ella no gastará un centavo en sus hermanitos.  A partir de ese momento ella comienza a trabajar, mantiene a sus hermanos y los manda a la escuela en su momento. Sólo tiene 8 años de edad.

Herminia asiste a un colegio de monjas y  forja una fe inquebrantable que le dará fuerza toda su vida y que será su herramienta más importante para sobrevivir.

Se casa siendo muy joven como dicta la tradición y tiene siete hijos. Como dicta también la tradición su esposo comienza a golpearla, pero cesan los golpes cuando los hijos crecen y se lo impiden.

Uno de sus hijos, a la edad de diez años, de pronto comenzó a gatear porque “se cansa de estar parado”, pocos días después al salir del baño le dice a su madre: ¡Mira mamá, estoy creciendo de un solo lado!” Herminia comprueba horrorizada  que es verdad. Le diagnostican un tumor cerebral. Los doctores les dicen que si no lo operan se morirá, y que de operarlo existe un gran riesgo de que quede en estado vegetativo o con secuelas.

Herminia y su esposo discuten. Él se opone a la operación y dice “Que muera si Dios así lo quiere”, ella pide que lo operen porque lo quiere vivo aunque  sea en estado vegetativo, dice que no va a sentarse a esperar verlo morir. Su esposo acepta firmar para que lo operen pero le dice a Herminia: “Para mí, mi hijo está muerto y no me hago cargo”. Lo operan y tras un mes de inconsciencia comienza a reaccionar, es como un bebé, hay que comenzar a enseñarle todo.

Herminia toma la difícil decisión de trasladarse a la ciudad de Puebla para trabajar formalmente y tener seguridad social para su hijo enfermo. Su esposo tiene un trabajo itinerante de albañilería y poco se le ve. Sus otros hijos se quedan en Huauchinango porque así les conviene a todos en ese momento. Consigue  trabajo en un lugar que presta servicios de intendencia a diferentes empresas.

Los años transcurren y va adquiriendo enfermedades en el camino,  padece hipertensión,  diabetes y cáncer de tiroides.

Cuando trabajando le hacía un mandado a alguien y éste le trataba de dar una propina no la aceptaba porque a ella le enseñaron que los favores no se cobran.

Se alimenta muy disciplinadamente y toma sus medicinas puntualmente para controlar mejor sus enfermedades. Cocina tan rico que estando trabajando en el aseo de una empresa corporativa le piden los empleados que  les venda mole poblano, o tamales, chile molido y gorditas. Herminia acepta pero  vende al costo, no gana nada porque le da vergüenza cobrar, a veces pierde porque no puede cargar los tamales y paga un taxi. Aún así hay quienes le pagan en abonos, si es que le pagan. Su ángel de la guarda la regaña y le explica que debe ganar algo, aunque sea poquito y así lo hace.

Vende tan bien que sus compañeros de intendencia se unen en su contra por esa razón y porque pide permiso de ausentarse dos veces por mes, una para consulta de su hijo y otra para consulta propia. Logran que la echen de esa empresa.

Sus idas y venidas a Huauchinango son frecuentes, su esposo se encela de que los hijos  hagan tantas “fiestas” al verla; uno de ellos le contesta siempre: “es que de niños tuvimos pura madre y pues hoy vales eso, madres”  a veces estaban a punto de liarse a golpes pero  Herminia metía paz. Eso la hacía sufrir mucho, y es que según cuenta ella misma, los hijos están afectados por el desapego del padre; nunca se acercó a ellos y mucho menos los cargó porque decía que lo ensuciaban.

A veces ve a su padre en el zócalo del pueblo, sus hijos la animan a que lo salude y ella lo hace a regañadientes. Le pregunta cómo está y el señor contesta: “¿Y cómo quieres que esté? Enfermo porque no me atiendes como es tu obligación”  Él no es el único que le reprocha eso, ha tenido que enfrentar dos demandas absurdas de parte de dos diferentes mujeres de su padre reclamándole su abandono y falta de manutención.

En noviembre de 2012 le avisan que murió uno de sus hijos, el que solía reñir con el padre, le habían detectado cáncer de hígado tres meses atrás.
Este febrero pasado ha muerto Toño, el hijo enfermo  que la trajo a esta ciudad. Se murió  tras convulsionarse por un ataque epiléptico. El padre fiel a su palabra jamás contribuyó a sus gastos o cuidados.

Herminia se ha despedido de nosotros, se regresa a su pueblo porque no estando Toño su estadía ya no tiene razón de ser, también se va porque los hijos que le quedan la reclaman, le dicen que si esperará a que muera otro de ellos para regresar.  

Hasta luego Herminia, gracias por las enseñanzas, gracias por tu valor y por tu valía.

sábado, 5 de enero de 2013

La Magia


Tendría yo unos 8 años cuando me enteré de la terrible verdad. Los Reyes Magos, tal cual los concebía, no existian. Ese día y no otro fue el día en que perdí la inocencia. Ese día dejé de ser "niña".

Eran unos días después del 5 de enero, ese año los Reyes Magos me habían traído un pato grande de plástico, blanco y con pico naranja. Yo lo amaba, jugaba con él en el tanque de agua de la casa, lo ayudaba con la mano para que avanzara por la superficie del agua, suave, haciendo ligeras ondas.

Ese fatídico día llegaron de visita familiares del pueblo de mis padres, tios, tias, primos.

A una prima a la que llamaremos "Clara" y que tenía un par de años más que yo, supongo que le resultó chocante verme con mi pato bajo el brazo y mis ojitos brillantes diciéndole "¡Mira me lo trajeron los Reyes Magos!" Recuerdo que Clara tenía una actitud crítica y burlona para todo, no era una buena compañera de juego, por el contrario me estaba resultando molesta pues me sacaba de mi ensoñación.

Cuando por fin se despedían, Clara me empujó sobre la cama, quedó montada sobre mí y me dijo al oído, riéndose: "Los Reyes son los papás". se incorporó sonriendo y se fue.

Ese día me lo pasé en blanco, como si me hubieran dado un martillazo en la cabeza. Luego del aturdimiento comencé a hilar situaciones, a comprender cosas y sí, a llegar al entendimiento de que efectivamente los papás, y luego con ayuda de los hermanos mayores, eran los que nos daban nuestros regalos. Me sentía muy agradecida con ellos, pero me quedó un desaliento que no me abandonaba.

Le confesé a mis hermanos adultos y a mis padres que ya sabía "el secreto" aunque nunca les conté la forma en la que me enteré. Automáticamente pasé a la banda de los que ya saben, y a cuidar de que los más pequeños que yo, siguieran conservando la ilusión.

Al año siguiente quise acompañarlos a comprar los juguetes y fue una experiencia horrible. La rebatinga, los precios, el regateo, la multitud. Sobre todo me dolió ver a padres halando a sus hijos pequeños y entre gritos y regaños exigirles que ya se decidieran por un juguete. Era un absurdo.

Desde mi mirada de niña me parecía que el ritual perdía todo sentido. Si obviamente el niño ya sabía que eran sus padres quienes compraban el regalo, ¿para qué llevarlo de madrugada a comprarlo? ¿Qué necesidad de meterse en el tráfico, las multitudes y hasta los abusos de los vendedores?  ¡Bajo esa circunstancia podían ir a comprarlo cualquier día del año a horas más decentes!

Más tarde oir a mis hermanos menores (tres niñas y un niño) emocionados y cuchicheando me emocionó a la vez; yo sabía qué les traerían los Reyes. ¡Yo había ayudado a escogerlos y estaban re bonitos! También había un regalo para mi, no vi cuando lo compraron y menos cuando lo colocaron bajo el árbol sobre mi zapato que yo no puse pero "ellos" sí. Comencé a vivir la segunda etapa, esa donde agradeces doblemente ese acto de amor.

Siendo ya veinteañera y aproximándose el 5 de enero  le conté a mis hermanas de cómo me había enterado de que los Reyes eran los papás. Fue un momento muy emotivo, me sorprendió darme cuenta de que me había quedado resentida por ese modo de enterarme. Mis hermanas me mostraron su solidaridad y entre todas tundimos verbalmente a la canija de Clarita.

Ese seis de enero sobre mi zapato había una hermosa muñeca. Los Reyes dejaron de trarme regalos de adulto y volvieron a dejarme muñecas, en un afán de que esa niña cerrara el círculo a su paso y a su manera.

Luego me enteré que habían buscado patos afanosamente como el de mis recuerdos pero nunca encontraron uno

Luego de unos 4 años y como diez muñecas (porque a veces llegaban de a dos) dije... ¡Basta, es suficiente, Clarita ya salió de mis pesadillas!

He seguido recibiendo regalos, he sido Rey mago y me he levantado muchas veces de madrugada el seis de enero para ver las caras de felicidad de mis sobrinos mientras descubrían sus regalos. Es magia.