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Foto cortesía de @maumercatto tomada el 18.03.12 |
Eso de ir a "visitar a nuestros muertos" me parece como poco una monstruosidad. ¿Nos van a invitar a tomar un café? ¿Nos vamos a actualizar de noticias? "Hola ¿Cómo has estado, qué tal te trata el más allá? ¿Esa tumba es cómoda? ¿Pasas frío, calor?".
¿Ellos qué nos preguntarían o dirían? ¡Vaya, hasta que te apareces! ¡Ni creas que con ese ramito de flores me vas a contentar!... ¿Como que has engordado no?
Si, muy absurdo. Lo sé.
También sé bien que los muertos no permanecen en los panteones, que ahí yace un despojo humano. Que el alma (que es lo que vale) se fue a otro lugar o se extinguió el mismo día que murió, según cada quién sus creencias.
Aunque no lo queremos ver, a los muertos en nada les benefician nuestras visitas al panteón ni se enteran de ellas. Por esas mismas razones tampoco se ponen tristes porque no los visitamos ni se alegran de "vernos".
Decía que cada que la presión de la familia es mucha por visitar el panteón, me resigno y voy. Tenemos seres queridos en dos panteones diferentes, hoy toca visitar el Municipal que como bien lo implica su nombre es un panteón del pueblo.
Han de saber que ese panteón se divide en secciones. La primera sección es de los más pudientes, así que hay auténticas construcciones tipo partenón, otras más podrían albergar una familia pequeña, se nota que hubo una feróz competencia entre los poseedores de esas construcciones por tener cada uno la mejor.
Recuerdo bien que en una visita previa vi caminando a dos humildes chiquillas de cinco o seis años, cada una acarreando una cubeta de agua, miraban asombradas los mausoleos de la primera y segunda sección, iba pasando junto a ellas cuando una le dice a la otra: "Mira manita, son las tumbas de los ricos".
Me sonreí y pensé para mis adentros: Estas niñas en su inocencia y esos "ricos" en su soberbia no alcanzan a ver que cuando morimos todos somos iguales.
Cuando hace poco más de dos años llevamos al panteón a mi hermana, nos tocó dejarla en la quinta sección, la última y más humilde, ahí donde sólo se ven cruces a ras del suelo, algunas oxidadas o en muy mal estado, ahí donde no importa que la basura se acumule. El panteón está completamente lleno y no hay de donde escoger. Hubiera querido que se quedara en el otro panteón, donde están mis padres y mi abuela paterna, ese panteón estilo americano donde todas las tumbas por igual tienen sólo una lápida y un florero sobre el verde pasto, pero así estaba decidido.
Como decía al principio no me gusta ir al panteón, no por las razones equivocadas. Sin embargo cuando tengo que ir confieso que lo disfruto. Sí, dije disfrutar. Me gusta ver a la gente caminando con flores hasta la tumba que van a visitar, me gusta ver a las familias en torno a ellas. Me gusta ver cómo las limpian, las adornan. Disfruto verlos conviviendo como familia reunidos con quien ya no está. También me admira verlos guardando un profundo silencio, cada quién sumido en sus recuerdos y pensamientos.
Llegamos hasta la tumba de Luisa mi hermana y hacemos los mismos ritos. Acarreamos agua, limpiamos, adornamos con flores y la traemos a nuestros recuerdos, hablamos entre nosotros de ella o guardamos silencio recordándola. Al final oramos por ella.
Mi reflexión es que ir al panteón no es en beneficio del que se fue sino del que se quedó. El ir a visitarla no es un asunto de etiqueta sino un asunto del alma. Visitarla la mantiene viva entre nosotros, en nuestros recuerdos.
Limpiamos su tumba y con ello limpiamos un poco nuestras conciencias porque ¿Quién no se queda siempre con el sentimiento de: "Pude haber hecho más"?, oramos por ella pero creo que ella no lo necesita. Las oraciones son para nosotros los que nos quedamos, oramos por resignación y redención.
No son tan inútiles las visitas al panteón.