sábado, 5 de enero de 2013
La Magia
Tendría yo unos 8 años cuando me enteré de la terrible verdad. Los Reyes Magos, tal cual los concebía, no existian. Ese día y no otro fue el día en que perdí la inocencia. Ese día dejé de ser "niña".
Eran unos días después del 5 de enero, ese año los Reyes Magos me habían traído un pato grande de plástico, blanco y con pico naranja. Yo lo amaba, jugaba con él en el tanque de agua de la casa, lo ayudaba con la mano para que avanzara por la superficie del agua, suave, haciendo ligeras ondas.
Ese fatídico día llegaron de visita familiares del pueblo de mis padres, tios, tias, primos.
A una prima a la que llamaremos "Clara" y que tenía un par de años más que yo, supongo que le resultó chocante verme con mi pato bajo el brazo y mis ojitos brillantes diciéndole "¡Mira me lo trajeron los Reyes Magos!" Recuerdo que Clara tenía una actitud crítica y burlona para todo, no era una buena compañera de juego, por el contrario me estaba resultando molesta pues me sacaba de mi ensoñación.
Cuando por fin se despedían, Clara me empujó sobre la cama, quedó montada sobre mí y me dijo al oído, riéndose: "Los Reyes son los papás". se incorporó sonriendo y se fue.
Ese día me lo pasé en blanco, como si me hubieran dado un martillazo en la cabeza. Luego del aturdimiento comencé a hilar situaciones, a comprender cosas y sí, a llegar al entendimiento de que efectivamente los papás, y luego con ayuda de los hermanos mayores, eran los que nos daban nuestros regalos. Me sentía muy agradecida con ellos, pero me quedó un desaliento que no me abandonaba.
Le confesé a mis hermanos adultos y a mis padres que ya sabía "el secreto" aunque nunca les conté la forma en la que me enteré. Automáticamente pasé a la banda de los que ya saben, y a cuidar de que los más pequeños que yo, siguieran conservando la ilusión.
Al año siguiente quise acompañarlos a comprar los juguetes y fue una experiencia horrible. La rebatinga, los precios, el regateo, la multitud. Sobre todo me dolió ver a padres halando a sus hijos pequeños y entre gritos y regaños exigirles que ya se decidieran por un juguete. Era un absurdo.
Desde mi mirada de niña me parecía que el ritual perdía todo sentido. Si obviamente el niño ya sabía que eran sus padres quienes compraban el regalo, ¿para qué llevarlo de madrugada a comprarlo? ¿Qué necesidad de meterse en el tráfico, las multitudes y hasta los abusos de los vendedores? ¡Bajo esa circunstancia podían ir a comprarlo cualquier día del año a horas más decentes!
Más tarde oir a mis hermanos menores (tres niñas y un niño) emocionados y cuchicheando me emocionó a la vez; yo sabía qué les traerían los Reyes. ¡Yo había ayudado a escogerlos y estaban re bonitos! También había un regalo para mi, no vi cuando lo compraron y menos cuando lo colocaron bajo el árbol sobre mi zapato que yo no puse pero "ellos" sí. Comencé a vivir la segunda etapa, esa donde agradeces doblemente ese acto de amor.
Siendo ya veinteañera y aproximándose el 5 de enero le conté a mis hermanas de cómo me había enterado de que los Reyes eran los papás. Fue un momento muy emotivo, me sorprendió darme cuenta de que me había quedado resentida por ese modo de enterarme. Mis hermanas me mostraron su solidaridad y entre todas tundimos verbalmente a la canija de Clarita.
Ese seis de enero sobre mi zapato había una hermosa muñeca. Los Reyes dejaron de trarme regalos de adulto y volvieron a dejarme muñecas, en un afán de que esa niña cerrara el círculo a su paso y a su manera.
Luego me enteré que habían buscado patos afanosamente como el de mis recuerdos pero nunca encontraron uno
Luego de unos 4 años y como diez muñecas (porque a veces llegaban de a dos) dije... ¡Basta, es suficiente, Clarita ya salió de mis pesadillas!
He seguido recibiendo regalos, he sido Rey mago y me he levantado muchas veces de madrugada el seis de enero para ver las caras de felicidad de mis sobrinos mientras descubrían sus regalos. Es magia.
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